miércoles, 16 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 34

Pau creyó que debía decir algo para no dejar el tema flotando en el aire.

—No nos parecemos mucho. Ni en nuestra forma de pensar ni en la forma de sentir. Somos más bien como el día y la noche.

— ¿Qué pasó cuando quedaron huérfanas, Pau? ¿Las adoptaron? —preguntó Horacio Alfonso.

Ella negó con la cabeza, recordando cuántas veces habría deseado ser adoptada cuando era una niña.

—No. No querían separarnos y en aquel momento no había ninguna familia preparada para adoptar dos niñas. Vivíamos con familias que nos acogían durante un tiempo hasta que tuvimos edad suficiente para buscar trabajo y tener nuestra propia casa.

—Yo vengo de una familia muy unida y no me puedo imaginar lo que debes de haber pasado—confesó Pedro.

—A veces no era tan malo —dijo Pau sonriendo.

Recordó que no había habido mucho amor. Estaban bien vestidas y comían bien, pero sus necesidades emocionales no habían sido cubiertas.

—Pero a veces no era tan bueno, ¿no? —contestó él. Ella se encogió de hombros.

—Las cosas empezaron a ir bien cuando fui a la universidad.

— ¿Y cuándo viste a tu hermana por última vez? —preguntó Ana inocentemente, abriendo la puerta para Pau.

Sabía que debería haber dicho: En la habitación de Pedro hace un par de semanas, pero las palabras no salieron de su boca.

—Me parece que Pau no quiere hablar de ello —observó Pedro, al rescate.

—Nunca hemos tenido una buena relación —confirmó incómoda.

Apretando su mano, Pedro cambió de tema y sus padres hicieron lo mismo, dejándola enfadada consigo misma por no haber aprovechado esa nueva oportunidad.

Charlaron durante un rato más y después los dejaron solos en su apartada mesa del restaurante. Pedro se disculpó con la mirada.

—Disculpa a mi madre. A veces no tiene mucho tacto.

Aún incómoda, Pau puso los codos en la mesa y apoyó su cara en las manos.

—No importa. Tus padres son maravillosos conmigo.

—Les gustas mucho, lo cual no es difícil de entender —dijo él con una sonrisa.

—Ojala hubiera tenido unos padres como ellos.

Pedro tomó su mano a través de la mesa.

—Pobrecita Pau.

El ramalazo de ira la pilló desprevenida incluso a ella misma.

— ¡No quiero darte pena, Pedro! —contestó, intentando soltar su mano.

No pudo hacerlo porque Pedro era más fuerte. Sabía que era una reacción exagerada, pero no lo pudo evitar. A veces no podía reconocerse en la criatura emocional en la que se había convertido.

—Piedad es la única emoción que no me produces, Pau—contestó Pedro— Me da pena, sí, pero por la niña que se sentía sola a pesar de tener una hermana. Cuando pienso en la mujer que tengo a mi lado, la piedad es lo último que me pasa por la cabeza.

Con sólo mirarlo a los ojos supo lo que quería decir y se ruborizó. De repente, también era en lo último en lo que ella podía pensar.

—Oh —dijo sin saber qué decir.

—Exactamente —dijo Pedro sonriendo.

Pau se quedó en silencio durante un par de segundos intentando controlar los nervios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario