lunes, 14 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 29

— ¿Sabes que puedes ser muy, pero que muy irritante?

Pedro se aclaró la garganta.

—Lo sé, pero tú me quieres de todas maneras.

Pau  contuvo el aliento, incapaz de negarlo siquiera para intentar evitar el dolor que vendría después.

— ¿Me vas a contar por qué estabas tan enfadado?

Pedro suspiró y se pasó la mano por el cabello despeinado.

—Porque te echaba de menos, maldita sea.

— ¡Oh, Pedro! —dijo con el corazón encogido.

Pau sintió cómo se derrumbaban los restos de sus ya mermadas defensas con esas palabras. Ella también lo había echado de menos. Él extendió una mano hacia ella, con una sonrisa en los labios.

— ¿Por qué no vienes aquí y dejas que te diga hola de verdad?

No necesitó más. Cuando él tomó su mano, sintió que se le subía la sangre a la cabeza.

—Estás muy lejos —dijo él roncamente.

Pau obedeció la presión en su mano y se arrodilló delante del sillón.

—Eso está mejor —dijo él satisfecho mientras tomaba su cara entre las manos—. Creí que nunca nos iban a dejar solos. Llevo días esperando este momento y quiero un beso de verdad, no uno de esos besitos en la cara que me has dado últimamente.

Pau gimió dulcemente, comprendiendo lo que quería decir. Últimamente siempre había habido alguien en la habitación y lo único que había podido hacer era darle un beso en la mejilla. Era frustrante.

—Yo...

La mirada de Pedro se dirigió hacia su boca.

—Por favor, Pau, bésame. Me he estado volviendo loco recordando el sabor de tus labios —exclamó Pedro apasionadamente.

Pau volvió a emitir un gemido. Ella también lo deseaba. Lo deseaba tanto que dolía.

—Pedro...

Su voz no era más que un suspiro de placer mientras la boca de él tomaba la suya y sus manos se apoyaban dulcemente en su pecho. Sintió que él temblaba con el contacto y experimentó una sensación de alegría al saber que podía hacerlo reaccionar de esa manera. Él la besaba, mordiendo sus labios suavemente antes de robar su corazón con las caricias de su lengua y Pau abrió los labios de inmediato para dejarlo entrar. Sus lenguas se entrelazaron en un baile tan íntimo que sintió una ola de calor quemándola de los pies a la cabeza. Sus manos estrujaron la chaqueta del pijama de seda a la que se sujetó como si el mundo estuviera girando sin parar.

Ninguno de los dos podía saber lo que habría ocurrido si no hubiera sonado un fuerte ruido metálico en el pasillo que los hizo separarse. Con el corazón a toda velocidad y jadeando, Pau se quedó mirándolo, sorprendida.

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