miércoles, 2 de marzo de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 66

—Deseas que te toque —susurró ella, asombrada.

—Sí. Mucho.

—Creía que no lo deseabas—dijo, casi llorando.

Su cuerpo se puso rígido. La empujó sobre la cama y se colocó entre sus piernas abiertas.

—Me moría porque me tocaras.

—Pero...

—No hables, amore. Siente —la interrumpió él, poniéndole un dedo sobre los labios.

Él acarició cada centímetro de su cuerpo, primero con las manos y luego con la boca.
Cuando enterró sus labios en el centro de su feminidad, ella se encogió.

—¡No! Pedro... Yo... Tú...

Pronto sus palabras incoherentes se tornaron en gemidos de incandescente placer.

Él le hizo el amor con la boca de un modo que la hizo flotar casi desde el principio. Su cuerpo se arqueaba sobre la cama, pero esta vez ella sabía que había más, y lo deseaba.

Lo necesitaba. Lo pidió a gritos de un modo que la hubiera avergonzado si no hubiera estado totalmente perdida en las sensaciones que él provocaba en ella. Cuando él volvió a su posición sobre ella, estaba temblorosa de necesitad.

—Te deseo —gritó ella.

—Sí. Puedo verlo —el gesto de satisfacción de su voz habría podido irritarla, pero no en ese momento.

Él intentó entrar, presionando con suavidad.

—Ahora haremos el amor.

Ella lo miró, sin creer que pudieran seguir adelante. Pero aquello era demasiado importante para los dos.

Él sonrió, pero no divertido, sino con cara de depredador, el hombre primitivo que determinaba su lugar dentro de la jerarquía de la vida de su mujer... en el punto más alto.

—Eres mía, Paula. Para siempre.

Ella asintió, muda, y sintió cómo su cuerpo se amoldaba alrededor de su rigidez recibiéndolo entero, quedando poseída por él, completa y rodeada.

Era una sensación mucho más íntima de lo que había podido imaginar. Una emoción mucho más devastadora que las que había sentido antes. Ella no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que él lamió sus lágrimas de sus ojos.

—¿Te hago daño? —preguntó, tembloroso.

—No —dijo ella.

Él salió de ella casi por completo y ella lo agarró, desesperada por que volviera a penetrarla.

Él no pensaba retirarse y volvió a entrar en ella para iniciar un ritmo que fue incrementando hasta bombear con rapidez y dureza.

Ella se estaba preparando para el éxtasis, gritando su nombre y otros ruidos ininteligibles. ¿Podría ser mejor de lo que ya le había dado él? Desde luego lo fue. Mucho más intenso, tal vez porque los dos lo estaban compartiendo. La fiereza de él se encontró con el rival perfecto en su agresividad sexual.

Entonces el mundo entero explotó a su alrededor y perdió el conocimiento por segunda vez aquel día.

Ella gritó y el sonido resonó en sus oídos hasta que Pedro se unió a ella en el mayor placer que pueden compartir un hombre y una mujer, arqueando el cuerpo y con su virilidad creciendo de un modo imposible dentro de ella.

La tensión fue desapareciendo de su cuerpo hasta que el torso de él cayó sobre el de ella. Ella lo abrazó con los brazos y las piernas en exuberante delirio.

—Eres un amante maravilloso, caro.

Su cuerpo saltó de alegría. Con un gemido, él empezó a darle una lluvia de besos sobre la cara. Parecía irreal. Pedro dándole las gracias por hacerle el amor. Pedro, diciéndole que era la mujer más bella del mundo. Pedro besándola extasiado. Él rodó sobre su espalda y la colocó sobre sí.

—Grazie, amore.

Ella sonrió.

—Gracias a tí, amor mío.

—Me has devuelto la masculinidad —dijo, abrazándola.

¿Podía ser eso comparable al regalo que acababa de hacerle a ella?

—Te quiero —dijo ella, incapaz de contenerse.

—Me he sentido seguro contigo —dijo con total satisfacción— Un hombre puede permitirse ser vulnerable con la mujer que lo ama.

—Estoy contenta —dijo viéndole la cara de satisfacción y apretándose más contra él.

—No tanto como yo.

Ella se sobresaltó.

—¿Pedro?

—¿Sí?

—¿Qué...?

Pero mientras pensaba la pregunta, el cuerpo de Pedro le daba la respuesta al arquearse bajo su peso, lanzando su cuerpo tembloroso a un nuevo viaje de exploración.

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