viernes, 18 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 40

Cuando él la deslizó suavemente debajo de su cuerpo y se colocó entre sus muslos se arqueó hacia él, desesperada. Cuando él la penetró, ella echó la cabeza hacia atrás con un grito de placer, levantando las piernas hasta sus caderas mientras él empezaba a moverse. Aunaron el ritmo y Pau le oyó gemir más fuerte cuando penetró hasta el fondo. La espiral de tensión se expandió dentro de ella llevándola a alturas indescriptibles hasta que de repente la intensidad del clímax fue tan fuerte que llevó lágrimas a sus ojos.

Unos segundos más tarde, oyó a Pedro gemir salvajemente y su alegría fue inmensa. Él cayó sobre ella, pero no le importó. Le encantaba tenerlo encima, sentir la fuerza de su presencia. Si fuera por ella, podría haberse quedado allí para siempre.

Minutos más tarde él suspiró y rodó, colocándose a su lado. La mano de él acarició su cabello húmedo.

—Ha merecido la pena esperar por esto —murmuró él roncamente.—Aunque si hubiera sabido que iba a ser así, te habría llevado a la cama mucho antes.

Sólo entonces Pau se sorprendió de que no se hubiera acostado con su hermana. No había pensado en ello hasta entonces, pero se alegraba de que no hubiera ocurrido. No sabía por qué había esperado Micaela. No era su estilo. Quizá había pensado mantenerlo a su lado de esa manera.

—Todo lo bueno llega a aquellos que no desesperan —dijo ella acariciando su pecho.

—Y tú eres buena. De hecho, muy buena.

Sonriendo, aspiró su aroma

—La verdad es que estaba inspirada, pero tu ego ya es suficientemente grande, así que no pienso decir nada más.

—Tú también me inspiras. Menos mal que ya no estoy en el hospital o mi presión sanguínea estaría por las nubes.

—Si estuvieras en el hospital, esto no habría pasado —dijo ella y apartó una mano que estaba en lugares peligrosos—. ¡Estate quieto!

—Sabes que no lo dices de verdad.

—Lo digo de... verdad —ella contuvo el aliento cuando él empezó a besarla en la oreja.

— ¿Decías?

—Se me ha olvidado —susurró ella—. Tengo una memoria fatal. ¿Hemos estado en órbita o estaba soñando?

—No estabas soñando, cariño, y con mucho gusto te recordaré lo que ha pasado antes punto por punto.

—Sí, por favor, hazlo.

Esas fueron las últimas palabras coherentes que dijeron en mucho tiempo.



— ¿Estás segura de que lo que estás haciendo está bien? —preguntó Zaira mientras miraba a Pau terminar de maquillarse.

Estaban en el departamento de Pau. Era viernes por la tarde y ella se estaba preparando para su boda.

—Lo quiero, Zaira —contestó simplemente pintándose los labios y echándose hacia atrás para observar el efecto.

Se había maquillado de forma sencilla, un poco de rímel, color en los labios y un poco de colorete en las mejillas, aunque casi no lo necesitaba después de la noche anterior y parte de la mañana con Pedro. Había vuelto a casa sólo unos minutos antes de que llegaran Zaira y Santiago.

—Pero si alguna vez se enterase... —Zaira no terminó la frase y Pau se levantó y se puso unos zapatos de piel color crema.

—No se enterará —dijo firmemente mientras echaba una última mirada al espejo.

Había encontrado el traje de seda color marfil en una de las tiendas más caras de la ciudad. Había costado un dineral pero, como sólo pensaba casarse una vez en la vida, le pareció que valía la pena.

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