lunes, 7 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 7

—Lo haré. No me moveré de aquí —añadió aunque sabía que no podía oírla.

Mientras se hacía de nuevo el silencio a su alrededor, Pau revisó lo que acababa de ocurrir. Sólo de pensarlo, se sentía mareada. ¿Qué había pasado? Al principio sólo intentaba reconfortarlo y después había sido una sensación increíble.

Nunca había sentido nada así. Había mirado los ojos de Pedro Alfonso y estos parecían haber llenado cada parte de su ser. Cada uno de sus sentidos lo había reconocido. Había sido asombroso, tremendo. ¿Pero qué era esa sensación?

Volvió a mirarlo y, como por impulso, levantó una mano y la pasó suave y dubitativamente por su mejilla. Entonces se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y empezó a temblar.

¡No, no podía ser! No podía haberse enamorado de él. Era imposible.

Apartó su mano como si la quemara. No podía ser. Ella era una mujer sensata, poco dada a las emociones, y ese tipo de cosas simplemente no le podían pasar a ella.

¿Entonces qué era?, preguntó una vocecita burlona en su interior. Pau no lo entendía, pero debía de haber una explicación racional para que, después de haber mirado esos ojos increíbles, ella hubiera sentido que lo conocía desde siempre.

Pau suspiró agitada, levantó una mano y se la pasó por el pelo. Tenía que calmarse. Había sido un día traumático y simplemente estaba nerviosa. Una buena noche de sueño lo arreglaría.

Más calmada por ese pensamiento, Pau se acercó a la ventana y se quedó mirando hacia la oscuridad.

No sabía cuánto tiempo había pasado cuando oyó unos pasos que la hicieron darse la vuelta. En la habitación, entraron dos personas con aspecto cansado, pálidos y preocupados. Era una pareja de unos sesenta años. El parecido entre el hombre que acababa de entrar y el que estaba tumbado en la cama era asombroso.

—Ustedes son los padres de Pedro, ¿verdad? —dijo mientras se acercaba sonriente hacia ellos.

La mujer, un poco más joven que el hombre, sonrió tensa.

—Soy Ana Alfonso y éste es mi marido, Horacio. Tú debes de ser Pau. Pedro nos ha hablado mucho de tí. Qué pena que tengamos que conocernos en estas circunstancias.

Su voz se quebró al mirar al hombre inmóvil. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Pau se compadeció de ella.

—Por favor, no llore. La doctora ha dicho que se va a recuperar —Pau se apresuró a decir para tranquilizarla—. Lo mejor será que hablen con ella.

—Lo haremos —Horacio Alfonso tuvo que aclararse la garganta de la emoción para poder continuar—. La enfermera que nos llamó dijo que nuestro hijo había resultado herido en un accidente. ¿Estaba usted con él?


De nuevo, Paula se enfrentaba con una difícil elección. No tenía demasiado interés en proteger la reputación de su hermana, pero no creía que nadie debiera saber lo que había ocurrido hasta que lo supiera Pedro. Ni siquiera sus padres. Tenía el doloroso derecho de ser el primero en saberlo y ella no dudaría en decirle la verdad cuando estuviera suficientemente recuperado. Entonces él decidiría si quería que alguien más lo supiera. Hasta entonces, pretendería ser Micaela. Algo que su hermana no le hubiera agradecido, pero de lo que no se iba a enterar.

—Sí, me estaba protegiendo —dijo y les dio los pocos detalles que su hermana le había contado.

— ¡Dios mío! ¿Está usted bien? —Ana Alfonso preguntó preocupada.

Maldita fuera Mica por ponerla en ese aprieto.

—Estoy bien, no tengo ni un rasguño —contestó incómoda.

Al contrario que a su hermana, nunca le había gustado mentir.

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