domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 65

Se miraron.

—No vas a ablandarte, ¿verdad? —preguntó sintiendo su solidez, su fuerza, tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse a tocarlo.

Era una locura, por supuesto. Si lo intentara, él la apartaría.

—No puedo olvidar lo que hiciste —declaró Pedro secamente.

—Ni me perdonas, así que, ¿qué puedo hacer yo? ¿Cuánto tiempo vamos a seguir así?

—Hasta que pueda estar seguro —dijo firmemente.

— ¿Hasta que estés seguro de qué? ¿De qué puedes confiar en mí otra vez? Dime cómo hacerlo y lo haré. Lo juraré sobre la Biblia si quieres —dijo ella con desesperación—. Haré lo que tú digas ¿Es que no sabes que haría cualquier cosa por ti?

Instintivamente, Pedro se acercó a ella y la tomó por los hombros.

— ¡No quiero que hagas nada! Yo...

No pudo seguir hablando porque, al sentir su proximidad, cerró los ojos y apretó fuertemente los dedos en sus hombros. Durante un segundo, Pau sintió que él iba a apretarla contra él, pero de repente la apartó con un gemido y se dio la vuelta.

— ¡Maldita sea!

Ella se mordió los labios, y extendió la mano para tocarlo.

—Pedro...

Se dio la vuelta tan rápidamente que ella se asustó.

— ¡No me toques!

—No me rechaces otra vez, Pedro—suplicó Pau.

—Tengo que hacerlo, maldita sea, tengo que hacerlo —repitió él como si quisiera convencerse a sí mismo.

— ¿Por qué tienes que hacerlo si los dos sabemos que no es lo que deseas?

Para su asombro él empezó a reírse.

— ¿Es que no vas a abandonar nunca? —murmuró él haciendo que se sonrojara.

—Nunca. Tendrás que matarme antes.

No era nada más ni nada menos que la verdad. Él la miró a los ojos y debió leer algo allí que lo hizo suspirar.

— ¿Tienes idea de cómo deseo besarte? —susurró sin sombra de placer en la pregunta.

—Sí —musitó ella.

Como si no pudiera evitarlo, su mano empezó a acariciarle las mejillas y bajó hasta sus labios. Ella contuvo el aliento sintiendo que sus dedos la quemaban. Vió la intención de sus ojos, la lucha mental para no hacer lo que hacía. Vio cómo tragaba saliva, sabiendo que no iba a poder evitarlo y le puso las manos en el pecho.

—Te odiarás a ti mismo —le recordó ella sintiendo que sus manos, al roce de su pecho, ardían de deseos de explorar su piel.

—Lo sé —asintió él inclinando la cabeza. Pau sintió que se le doblaban las rodillas.

—Me culparás a mí.

—Quizá, pero no puedo evitarlo —gimió Pedro y puso sus labios sobre los de Pau.

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