El sol salía cuando ellos se sentaron en una mesa junto a la ventana. Bañó a Paula con la luz, reconfortándola. Miró fijamente su café y se preguntó si habría sido una tontería ir a Inglaterra. Nadie la había pedido que fuera y sin importar lo que Pedro pensara, diez años no le parecía mucho tiempo para que algunas heridas sanaran. No le parecía que estuviera sufriendo mucho. Miró sus manos de dedos largos, Pedro devoraba huevos con bacon y tomates con buen apetito. Envidió su habilidad para ignorarla por completo. Tenía unas manos bonitas, pensó sin querer y se estremeció. Hubo un tiempo en que aquellas manos le habían sido tan familiares como las suyas. Si no se tomaban de la mano, él le solía rodear los hombros con un brazo. Siempre había disfrutado mucho de ello. Quería que él la tocara y quiso tocarlo siempre con la misma urgencia. Y, cuando estaban a solas... La chica se obligó a beber un sorbo de café. Trató de mantener el resentimiento por los comentarios que Pedro le había hecho antes.
Pensó que sólo si estaba enfadada con él podría conservar la calma. No se había dado cuenta de lo sencillo que sería considerar su relación desde otro punto de vista ni seguir deseándolo. Cierto, el tiempo había cambiado muchas cosas. Ella ya no era la chica idealista que había partido a Estados Unidos. Y, como tenía más experiencia, también era mucho más tolerante. Volvió a mirarlo disimuladamente. Nunca hubiera creído que todavía pudiera sentirse atraída por él. Había sido su primer amor y, después de todo, no lo había podido olvidar. Entonces, Pedro alzó la cabeza y sus miradas se encontraron. Tuvo que hacer acopio de fuerzas para soportar la mirada dura del hombre. No sabía si él podía adivinar todas sus reacciones, como antes. Aunque la chica conocía el arte del disimulo, la mirada de él fue muy intensa.
—No me mires así —dijo después de un momento. Terminó de comer y apuró su taza de café—. Termínate el café, Paula. Es hora de irnos.
—¿De veras? —quería quedarse. Sabía que era una locura, pero la única manera de conservar la animosidad entre ambos, era provocar el enfado de Pedro—. Creo que después de todo comeré algo —miró el servicio con un interés provocativo—. Tal vez un bollo caliente. Es lo que suelo desayunar en casa.
—Muy bien —Pedro apretó los dientes—. Te espero en el coche. No te apresures. Voy a comprar un periódico mientras terminas.
—Vaya —se indignó la chica—. Después de que te he visto devorar las fritangas más repulsivas, tú piensas dejarme sola.
—Estás hablando del típico desayuno inglés —hizo una mueca sarcástica—. No todos somos adictos a las costumbres saludables.
Paula no le dijo que había ingerido grandes cantidades de colesterol. Además, él tenía un aspecto de lo más sano. Su piel estaba bronceada y la joven se preguntó a qué se dedicaría.
—Bueno, además, no tenemos mucha prisa, ¿Verdad?
—Tengo muchas responsabilidades —concedió Pedro—. Vamos. Ve a por tu bollo, si eso quieres. Tal vez lo que necesitas es comer para no volver a marearte como antes.
—¿Puedes comprármelo tú? —pidió Paula—. Me temo que no tengo cambio.
Pedro la miró con paciencia y se dirigió a la mesa del buffet. Paula lo vió sonreír a la cajera y sintió una punzada de envidia. Pensó que debía estarle sonriendo a ella, no a una extraña. Tenía una sonrisa tan bonita y cuando estaba relajado parecía mucho más joven.
Muy buen comienzo! Que incómodo todo para los 2!
ResponderEliminarYa me enganche con esta historia!!
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