viernes, 2 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 78

Les había llevado cuatro vestidos, cada uno peor que el anterior. A uno de ellos le habían rebajado el precio tres veces y a Paula no le sorprendía. ¿Quién iba a comprar una cosa así?
Habían estado en otras tiendas de las galerías y no les había pasado nada parecido. ¿Lo habría hecho la dependienta porque Luisa tenía el síndrome de Down? Paula no quería pensarlo, pero ella tenía la sensación de que ése podía ser el problema.
Se recordó a sí misma que la gente así era estúpida y que ella tenía sus propios problemas en los que pensar. No tenía que sufrir por esas tonterías. Lo único que tenía que hacer era sacar a Luisa de allí e ir a buscar un vestido a cualquier otra parte.
En cuanto Luisa se vistió de nuevo y dejaron aquel vestido horroroso en su sitio, Paula la sacó de la tienda.
—Creo que vamos a necesitar un poco de energía para continuar la búsqueda —dijo Paula—. ¿Te apetece tomar algo?
—¿Galletas saladas? —preguntó Luisa esperanzada.
—Galletas saladas.
Se dirigieron a un puesto de Auntie Annes y compraron unas galletas y unos refrescos. Mientras comían, Luisa estuvo hablándole a Paula del colegio.
—Prefiero la lectura a las matemáticas —le explicó—. A veces, Pedro viene a casa y me ayuda con las matemáticas. Ya sabes que voy a unas clases especiales, pero lo hago muy bien.
—Estoy convencida. Seguro que estudias mucho.
—Sí —Luisa sonrió y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Me alegro de que seas mi hermana. Mamá me ha contado que ahora somos hermanas.
—Sí, yo también me alegro —dijo Paula—. Tengo tres hermanos, así que supongo que eso significa que también ellos forman parte de tu familia. Bueno, eso creo, todo esto es un lío.
—Sí, para mí también.
Luisa se acercó a Paula y apoyó la cabeza en su hombro.
—Eres muy buena. Silvina nunca era buena conmigo —miró a Paula y se tapó la boca—. No debería haber dicho eso.
—No te preocupes. No se lo diré a nadie.
—Vale —Luisa volvió a apoyar la cabeza en su hombro—. Me decía muchas cosas malas. No cuando estaba Pedro cerca. A veces me asustaba. Pero yo no quería decírselo a nadie.
Qué bruja, pensó Paula, furiosa con la otra mujer. ¿Qué demonios podía haber visto Pedro en ella? Le indignaba pensar que Pedro había estado engañándole con Silvina y que incluso estaba dispuesto a volver con ella.
El estómago se le revolvió al pensar en ello. Quería concederle a Pedro el beneficio de la duda, decirse que seguro que había una buena explicación para todo aquello, pero no podía. Sobre todo después de que Carmen  hubiera confirmado sus peores temores. Una vez más, su vida había vuelto a convertirse en una pesadilla.
Bueno, no del todo, pensó mientras le acariciaba a Luisa la cabeza. Era maravilloso tener una hermana. Y aquel día lo había pasado estupendamente. Así, poco a poco, iría superando el dolor.
Terminaron el aperitivo y se dirigieron a otra tienda. Allí Luisa encontró un vestido precioso de color verde claro que le quedaba perfecto. Giró ante el espejo.
—Me encanta.
—Pareces una princesa.
—¿De verdad? —preguntó Luisa con una sonrisa de oreja a oreja.
—Claro que sí
Paula la miró. El vestido era perfecto. Juvenil y en absoluto infantil. El escote era bastante discreto y el corpiño se ajustaba elegantemente a su cuerpo, la falda era de vuelo y se inflaba cada vez que Luisa giraba.
—Creo que es el vestido perfecto para una fiesta —dijo Paula—. ¿Piensas recogerte el pelo?
—Sí. Mi madre me ha dicho que ella sabe hacerme un moño.
Pagaron el vestido, fueron a comprar un par de zapatos a juego y volvieron al coche. Era más tarde de lo que Paula esperaba y ya había oscurecido. Ella llevaba las bolsas en una mano y a Luisa  agarrada de la otra mientras se dirigían al coche.
De pronto, tres adolescentes se pararon justo delante de ellas.
—Vaya, mira lo que tenemos aquí —dijo uno de los chicos.
Era el más alto de los tres e iba vestido con unos vaqueros y una camisa de franela con una camiseta debajo. Miró a Paula fijamente.
—A tí te conozco —dijo.
—No, no me conoces de nada —replicó ella y comenzó a rodearlos.
Pero volvieron a colocarse delante de ella, bloqueándole el paso.
Paula se tensó sin estar muy segura de qué hacer a continuación. ¿Qué querían? Parecían chicos normales y corrientes. ¿Querrían quitarle el bolso? ¿Pretenderían llevarse el coche?
Otro de los chicos miró a Paula con el ceño fruncido.
—Tienes razón. He visto una fotografía suya.
—Sí, es la tía ésa que salió en el periódico. La que se acuesta con su hermano —intervino un tercero—. Ya sabes, la hija de ese tipo que se presenta a las elecciones.
—El senador Schulz—dijo Luisa—. Es mi papá. Y ahora pueden dejarnos en paz.
Los tres chicos soltaron un bufido burlón.
—Vaya, J.P., la subnormal tiene unas buenas tetas ¿eh? ¿Sabes lo que es eso, preciosa? ¿Entiendes lo que quiero decir?
Paula estaba cada vez más preocupada por Luisa. Comenzó a avanzar hacia el coche.
—Yo no soy subnormal —dijo Luisa alzando la cabeza—. Soy una persona normal.
—Pues no lo parece —el chico que estaba a la izquierda agarró a Paula del brazo—. ¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Adónde vas?
Paula apartó el brazo con fuerza.
—A mi coche.
—Pues me parece que te equivocas. De momento vas a quedarte aquí.
—¡Déjala en paz! —gritó Luisa con fiereza—. No te tenemos miedo.
Paula no estaba en absoluto de acuerdo con ella. Estaba muerta de miedo. Al ver de cerca a los chicos, había podido darse cuenta de que tenían las pupilas dilatadas. Genial. Habían consumido alguna droga. Eso significaba que estaría seriamente mermada su capacidad de razonar.
Presionó el botón de las llaves del coche, pero no pasó nada. Seguramente estaba demasiado lejos. Si pudiera llegar hasta él, podría activar la alarma y aquel ruido bastaría para alejar a aquellos tres adolescentes.
Dió un paso adelante. Los chicos continuaban acosándolas. El que respondía al nombre de J.P. se interpuso entre Luisa y ella.
—A la gente como tú no deberían dejarle vivir —dijo con el rostro a sólo unos centímetros del de Luisa—. Deberían ahogarlos nada más nacer. Como a los animales que nacen con algún defecto.
—Eres un cabeza hueca —gritó Luisa, y le empujó.
Paula se volvió para interponerse entre ellos, pero los otros chicos la agarraron del brazo. Ella se retorcía para intentar liberarse, pero no lo consiguió.
J.P. avanzó hacia Luisa y posó las manos en su pecho.
—Vaya, mirad esto. La subnormal tiene buenas curvas —bajó las manos hacia el cinturón de su pantalón—. Vamos a divertirnos un poco. Empezaré yo —miró a Luisa con una sonrisa—. Seguro que todavía eres virgen, ¿verdad? Pues te va a gustar lo que te voy a hacer.
En ese momento, Paula perdió por completo el control. Fue como si de pronto fuera poseída por una furia y una necesidad de proteger a una persona indefensa que superaban todo lo que había experimentado en su vida.
—¡Apártate de ella! —gritó.
Se liberó de sus captores y comenzó a blandir las bolsas como si fueran armas. Gritaba mientras golpeaba a uno de los chicos con la bolsa en la que llevaba la caja de zapatos y le lanzaba una patada a J.P. que intentaba acercarse a ella. Pero J.P. alzó el brazo, y antes de que ella hubiera podido alcanzarle, le dio un puñetazo en pleno rostro.
El dolor fue como una explosión. El impacto del golpe la lanzó contra un poste y allí volvió a golpearse la cabeza con dureza. Vio una luz brillante, oyó un sonido sordo y vió lo que parecía un coche corriendo hacia ellas.
—¡Socorro! —dijo con un hilo de voz mientras iba cayendo contra el suelo de cemento—. Necesitamos…
Y de pronto el mundo desapareció.

No hay comentarios:

Publicar un comentario