viernes, 2 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 76

—Paula cree que Silvina está embarazada —continuó Pedro  con expresión de absoluta incredulidad—. ¿Qué tontería es ésa?
—A lo mejor lo está.
Pedro miró a su madre y soltó un juramento.
—¿Silvina embarazada? Pero si ella nunca quiso tener hijos.
Carmen parpadeó sorprendida.
—¿De qué estás hablando? Silvina siempre dijo que quería formar una familia.
—Todo era palabrería —replicó Pedro—. Y yo me la tragué. Pero desde que nos casamos, cada vez que yo presionaba para que tuviéramos un hijo, a ella se le ocurría alguna razón por la que era preferible esperar. No quería tener hijos. Así que, si se ha quedado embarazada, ha tenido que ser de forma completamente accidental.
—O a lo mejor lo ha hecho para causar problemas —musitó Carmen.
Se preguntaba de pronto hasta dónde habría sido capaz de llegar su ex nuera para recuperar a Pedro. ¿Habría sido capaz de quedarse embarazada de otro hombre para hacer pasar a ese hijo como hijo de Pedro?
—¿De verdad no te has acostado con ella? —inmediatamente hizo un gesto con la mano—. Olvídalo, soy tu madre. Estoy hablando en serio, Pedro. ¿No has estado saliendo con Silvina?
Pedro la miró a los ojos.
—No. Me fui de casa el día que la descubrí con otro hombre. No quería que lo supieras porque soy consciente de que son muy amigas. Pero eso fue lo que puso fin a nuestro matrimonio.
A Carmen se le desgarró el corazón al oírle. Sufría por su hijo y por todo lo que había pasado. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Oh, Pedro —Carmen se acercó a él y le abrazó.
—Te vas a arrugar el vestido —le advirtió Pedro.
—A la porra el vestido.
Pedro se echó a reír.
—Te veo muy rebelde. Es encantador.
—Oh, por favor. No me trates como si fuera una vieja loca. Me falta demasiado poco para llegar a serlo.
—Tú nunca serás nada parecido.
Carmen retrocedió y miró fijamente a su hijo. Cuánto le quería. Le había querido desde que era un niño y esos sentimientos habían ido fortaleciéndose día a día. No habría sido capaz de quererle más aunque le hubiera dado ella misma la vida.
Ésa era la única verdad, se recordó a sí misma. Quería a sus hijos con todas fuerzas. Nadie podía negar aquel vínculo.
—Tengo que decirte algo —le dijo mientras sentía el escozor de las lágrimas—. He hecho algo terrible.
Pedro le sonrió a su madre.
—Imposible.
—En serio, Pedro, y no sabes cuánto lo siento. Es posible que lo que estoy a punto de decirte deteriore nuestra relación y no sabes hasta qué punto me arrepiento de algo que he hecho. Estaba dolida y enfada y quería herir a alguien. Quería hacer daño a Paula. Soy terrible, lo sé, y me avergüenzo de mí misma. No espero que me perdones ahora mismo, pero aspiro a que, por lo menos, con el tiempo seas capaz de dejar de odiarme.
Pedro la miró desconcertado. Carmen sabía que su hijo jamás la había visto así; su rostro mostraba su incomodidad.
—Mamá, tranquilízate —le dijo—. Sea lo que sea, estoy seguro de que podremos arreglarlo.
—Yo no soy capaz, pero a lo mejor tú sí —tragó saliva—. Paula vino a verme hace un par de días. Teníamos que ensayar el discurso. Ella estaba muy afectada por muchas cosas, pero sobre todo por tí. Me dijo que Silvina había ido a verle y le había dicho que estaban saliendo. Al parecer, tenía información que daba a entender que había estado en tu casa.
Pedro soltó una maldición.
—Silvina no ha estado nunca en mi casa. Jamás la he llevado allí.
—Lo sé, pero supongo que tiene otras fuentes de información. A lo mejor se enteró de que estabas interesado en la casa y ella misma fue a verla. ¿Quién sabe? La cuestión es que fue capaz de convencer a Paula de que estaba embarazada y de que ese hijo era tuyo.
Carmen miró desolada a su hijo.
—Lo siento, Pedro. Lo siento mucho. Sé que esas palabras no significan nada, pero… Siempre me he enorgullecido de ser una buena persona, pero es mentira. Todo es mentira.
—Claro que no —Pedro la agarró por los hombros—. Mamá, eres la mejor persona que conozco.
—Eso no es cierto. Oh, Dios. Me da tanto miedo decírtelo…
Carmen miró a Pedro a los ojos. Los suyos estaban oscurecidos por las lágrimas. Su dolor y su arrepentimiento eran casi tangibles.
—Mamá, es imposible que puedas decir nada que me aleje de tí —le aseguró Pedro, y lo decía completamente en serio.
—Eso tú no lo sabes. Paula quería saber si yo pensaba que era posible que Silvina y tú estuvieran viéndose. Yo le dije que sí.
Pedro retrocedió. Sabía que de todos los Schulz, Carmen era la persona en la que Paula más confiaba. El hecho de haberle oído decir eso sobre Silvina habría confirmado sus peores temores.
—Lo sé —dijo Carmen mientras las lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas—. Sé que he sido terrible y no tengo ninguna excusa ni explicación para justificar lo que he hecho. Estaba dolida y… —se volvió—. Lo siento.

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