domingo, 18 de octubre de 2015

Dulces Sueños: Capítulo 22

-¿Confías en mí? – le preguntó él.
-Siempre. – le sonrió.
Pedro empezó a besar su panza, bajando despacio a su ombligo mientras acariciaba sus pompas con sus manos, Paula solamente disfrutaba del toque suave de sus labios, de sus manos mientras apretaba sus pompas, gimió cuando Pedro se acercó a su intimidad, beso sus piernas y luego le abrió un poco la pierna para que pudiera hacerla gritar.
-Oh… Pepe… - su voz le pareció más que sexy en aquel momento, las manos de Pau fueron para el pelo de Pedro, enredando aun más.
Él también disfrutaba de lo que estaba haciendo, no necesitaría mucho porque Paula estaba más que mojada, estaba completamente lista. Ella gemía mientras le besaba lo más íntimo, la parte más placentera, rozaba sus labios en los suyos para luego succionarla haciendo gritar, sentir nuevas sensaciones que jamás había sentido.
Paula no sabia explicar lo que de verdad sentía en aquel momento, estaba en otro mundo, completamente en éxtasis, no esperaba que todo lo que no había hecho en eses años era tan rico, había disfrutado del sexo una sola vez en su vida y no había sido bueno como ahora, no la habían hecho temblar, tampoco gritar como él la hacia ahora.
Cuando la dejo, se levantó y la miro a la cara, tenía las mejillas rojas y la beso dulcemente, acostándola en el sofá, luego se acomodo entre sus piernas, sin dejarla de besar un minuto, le mordió el labio inferior, solo el rosar de las intimidades estaba dejando loca a Paula.
-¿Puedo? – ella asintió.
Oh, si, era lo que más deseaba, él la penetro con cuidado, empezando con movimientos despacio, suaves, dulces, sin dejar de mirarla un solo segundo, le encanta sus gestos, sus gemidos, sus ojos cuando estaban haciéndolo, su pelo que empezaba a mojar por el sudor, sus poros que gritaban por más y más, Pau tampoco podría dejar de mirarlo, como Pedro hacia ruidos, como hacia los movimientos, como la besaba y la miraba. No había espacio entre los dos, ella lo tenía abrazado por el cuello y él con sus manos bajo el cuerpo de Pau, apretando sus pompas.
Él sintió cuando ella ya no podía más, su respiración estaba demasiadamente agitada, casi sin aliento, y su cuerpo arqueaba solito, sus gemidos habían pasado a pequeños gritos y pedía que fuera más rápido… obedeciéndola.
Paula terminó primero, con un grito desesperador, con eso él también terminó, con un movimiento brusco pero encantador, se acomodo arriba de su cuerpo, los dos sudados y ahora como si amaran aun más el otro.
-Gracias, te amo mucho. – dijo ella acariciándole el pelo.
-Gracias tú… - le dio un piquito. – Te amo chiquita.
Ella jamás había sentido en toda su vida lo que sentía con Pedro, eran sensaciones que no podía explicar, solamente sentirlas, sentirlas y disfrutarlas, pero no que yo no sabía era que el día siguiente sería uno de los peores en mi vida.
Si supieran la felicidad que sentía Paula en aquella mañana…
Llegó alegremente en su casa, su sonrisa abierta, la verdad había pasado una noche maravillosa al lado de Pepe, y no podía pensar en otra cosa, sino verlo de nuevo a la noche para repetir, suspiro antes de entrar en su casa, dijo a si misma que nada la haría llorar aquel día, pero ella no sabía exactamente la tormenta que estaba viniendo.
-¿Donde estabas Paula? – no tuvo tiempo ni siquiera de poner el pie dentro la casa que su padre ya llego preguntándole.
Se volteó a verlo y tenía una de las caras más enojada que conocía, ella respiró hondo para no gritar, le sonrió amigablemente, solo tenia que acordarse de lo que había pasado con Pepe, solo eso.
-Te estoy preguntando niña. – su padre si estaba enojado y no entendía porque, no era la primera vez que lo hacia desde que había llegado. - ¿Qué no tienes voz? ¿No ves que te pregunto algo?
-Por Dios papá, estoy sorpresa la verdad, yo creo que puedo pasar la noche donde me de la gana, ya soy una mujer, y no tengo más seis añitos para que estés preguntando donde estoy o no. – su padre la miraba con ojos rojos de rabia. – Tu niña creció y también tiene necesidades. – se volteo de nuevo para seguir caminado, pero…
-¿Que andas revolcando con cualquiera? ¿Estás loca? Mientras estés en mi casa, tienes que darme explicaciones  Paula, desde donde vas a con quien estás. – sus ojos llenaron de lagrimas, su papá no sabía hablar, siempre gritaba.
-¿Que tanto te importa papá? – ella se acercó a él mirándolo a los ojos. – Ya no tengo miedo de tí, no tengo miedo a nadie, y doy explicaciones cuando me de las ganas y si no, pues… no hay problema, salgo de esta casa.
Paula levantó la cabeza y camino despacio hasta la escalera, sentía la mirada de su padre mientras caminaba, sabía que él no quedaría callado, estaba esperando que dijera algo, lo conocía suficientemente para saber que Enrique la mataría si saliera de casa, siempre le había importado lo que los demás decían, y seguro para los vecinos seria un escándalo saber que su hija salió de casa.
-¿Paula? – la gritó, haciendo que su madre escuchara su grito desde la biblioteca. - ¿Quién piensas que eres para hablarme así? – ella se detuvo y volvió donde estaba.
Pau no entendía bien, pero en aquel momento tenia ganas de seguir aquella pelea, quizás estaba tan segura de si que sabia que le haría bien desahogar, decirle lo que sentía y exigir una respuesta para su sufrimiento. Ella sonrió cuando lo miró, tenía aire de victoria, pero ni siquiera había empezado las peleas.
-No me asustas con esta cara. – dijo él también mirando. – Solo te digo una cosa, si sales de esta casa, puedes estar segura que jamás encontrará a su hijo.

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