viernes, 2 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 75

Pedro entró en las oficinas de su padre. Sabía que Miguel estaba en una reunión y que Carmen había ido para realizar una sesión de fotografías. Encontró a su madre frente a un enorme mapa del país.
—¿Tienes un momento? —le preguntó.
Su madre se volvió hacia él con una sonrisa.
—Por supuesto. Tengo que estar de pie hasta que el fotógrafo esté listo. No quiere que me estropee el maquillaje ni que me arrugue el traje. No puedo poner ninguna expresión, así que procura no hacerme reír.
Pedro sonrió.
—Me están entrando ganas de despeinarte.
—Ya me lo imagino. No sé cómo es posible que dentro de ese hombretón siga escondiéndose un niño travieso.
—Es uno de mis encantos.
—Sí, desde luego —inclinó la cabeza—. ¿Qué te pasa? ¿De qué quieres que hablemos?
Pedro cambió inmediatamente de expresión. Cerró la puerta buscando un poco de intimidad y se acercó a su madre.
—¿Qué dirías si te dijera que quiero dejar la campaña?
Carmen le miró con los ojos abiertos como platos.
—Pedro, no —posó la mano en su brazo—. ¿Lo dices en serio? ¿Tanto odias todo esto?
—Sí. Esto no tiene nada que ver conmigo ni con lo que yo quiero. No soy un animal político. Pero le dije a Miguel que le ayudaría y, al fin y al cabo, es mi padre.
Carmen asintió.
—Exacto. Siempre hay que serle leal a la familia. Todos tenemos que cumplir con nuestro deber —dejó caer la mano—. Aunque me temo que no soy la persona más adecuada para pedirle consejo.
—¿Porque estás demasiado metida en todo esto?
—Por eso y porque… —tomó aire—. Lo único que yo sé es hacer lo que se espera que haga. A veces, cuando actuamos de otra manera nos sentimos libres, otras, lo único que conseguimos es sentirnos infinitamente peor. ¿Has pensado en cómo puedes llegar a sentirte tú?
—La verdad es que ni siquiera estoy seguro de que importe —respondió—. Jamás imaginé que podría verme atrapado en medio de algo como esto. Sé hacia dónde debo dirigir mis lealtades, pero aun así, no soy capaz de continuar formando parte de la campaña.
—Esta campaña ha supuesto una complicación para todos nosotros. Sobre todo de un tiempo a esta parte.
Pedro miró a su madre.
—¿Lo dices por Paula?
—Digamos que ha puesto las cosas particularmente interesantes. No es culpa suya, pero no podía haber aparecido en un momento peor.
—Te ha hecho mucho daño, ¿verdad?
Carmen se volvió de nuevo hacia el mapa y posó la mano en el centro de Texas.
—En realidad no. Ella no tiene la culpa de lo que diga la gente, ni de cómo pueda reaccionar yo.
—Bueno, a partir de ahora ya no será un motivo de preocupación tan grande. Hemos dejado de vernos.
Carmen se tensó ligeramente.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé. Eso es lo más curioso de todo. Llegué a pensar que Paula era una mujer a la que podría llegar a querer. Después de mi experiencia con Silvina, no quería volver a saber nada de relaciones. No quería volver a confiar en nadie. Pero Paula era diferente.
Más que diferente. Había algo especial en ella, algo que hacía que Pedro deseara pasar a su lado cada momento de su vida. Quería saberlo todo de ella. Podía imaginar un futuro a su lado.
—¿Y ahora? —le preguntó su madre.
—Está muy afectada por las encuestas, algo que comprendo, pero también me ha acusado de seguir viendo a Silvina.
Aquella acusación le había dolido en lo más profundo. Paula sabía que su ex mujer le había traicionado. Sabía que para él la lealtad lo era todo y, aun así, estaba dispuesta a creer que la había engañado. Y nada más y nada menos que con Silvina. ¿Qué demonios le había pasado?
Carmen se volvió de nuevo hacia él.
—¿Y la estás viendo?
—No —contestó tajante—. Jamás engañaría a nadie y, desde luego, no pienso volver con Silvina. No lo entiendo, ¿cómo es posible que Paula piense que sigo viéndola?
Carmen sabía exactamente la razón. Porque eso era lo que Silvina le había dicho.
Se le revolvió el estómago de tal manera que por un momento pensó que iba a vomitar. ¿Cómo podía haberle mentido a Paula de aquella manera? ¿Cómo había sido capaz de interponerse entre Paula y Pedro de forma tan miserable? Ella quería a su hijo y si Paula le hacía feliz…
Pero la relación ya había terminado cuando Paula había ido a hablar con ella. En realidad, ella no había destruido nada.
Un triste intento de librarse de la culpa, de no asumir su responsabilidad.
Se dijo a sí misma que lo mejor que podía hacer era confesar el papel que había jugado en aquel asunto y pedir perdón. Abrió la boca, pero inmediatamente la cerró. En aquel momento, su mundo estaba destrozado. Ver la decepción en los ojos de Pedro al enterarse de que su madre se había rebajado a mentir era más de lo que podía soportar.

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