lunes, 5 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 89

Pedro se sentó a la mesa en el bar Downtown Sports. Había estado allí unas cuantas veces, pero entonces para él sólo era un lugar en el que encontrarse con los amigos. En aquel momento, sin embargo, era consciente de que formaba parte del imperio Chaves, era un lugar importante para Paula y, por lo tanto, importante para él.
Una camarera rubia se acercó a tomarle nota.
—Hola, ¿qué quiere tomar?
Pedro apenas la miró.
—Una cerveza. Y cualquier cosa de comer.
—Claro —se inclinó hacia él, ofreciéndole una vista de su escotada camiseta y de los senos que apenas alcanzaba a cubrir—. ¿Cualquier cosa? Mi turno termina dentro de media hora. Si quieres, podemos ir a hablar a cualquier otra parte.
Pedro la miró a la cara. Era bastante atractiva, parecía agradable y no había ninguna duda sobre lo que le estaba ofreciendo. Sin embargo, no estaba en absoluto interesado.
—No, gracias.
—¿Estás seguro?
—Completamente.
La camarera se enderezó, dió media vuelta y alzó el pulgar.
—Lo dice en serio. No está interesado. Genial. Paula es una chica con suerte.
—Gracias, Laura—dijo Federico Chaves mientras se acercaba a la mesa y le sonreía a Pedro con pesar—. Hola, Paula es mi hermana. Sólo estaba comprobando algo.
A Pedro le entraron ganas de darle un buen puñetazo. Por supuesto, no lo haría. Aunque le fastidiaba que le pusieran a prueba, sabía que él habría hecho exactamente lo mismo por cualquiera de sus hermanas.
—No pasa nada —dijo Pedro—. No tengo miedo de que me pongan a prueba. Quiero a Paula. Quiero casarme con ella.
Federico se sentó.
—Una vez que has dejado eso claro, ¿por qué querías que nos viéramos? ¿Quieres pedirme permiso o algo parecido?
Pedro negó con la cabeza.
—No, no quiero pedirte permiso, sólo un poco de ayuda. Estoy planeando una intervención.
—¿Qué?
—Mira, Paula cree que tiene que irse a Seattle. Es muy difícil ser la hija de un senador que quiere llegar a ser presidente. No le gusta aparecer en la prensa y le molesta que mi madre haya sufrido por su culpa. Así que ha decidido marcharse.
—No sabía nada.
—No creo que se lo haya contado a mucha gente —sacó una cajita de terciopelo del bolsillo y la dejó encima de la mesa.
Federico tomó la caja, la abrió y miró el anillo con atención.
—Es todo tan repentino —dijo—. Apenas nos conocemos.
—Me gusta hacer las cosas rápido.
Federico sonrió.
—Pensaba que te pondría en una situación incómoda.
—No es fácil hacerme sentir incómodo. Voy a pedirle a Paula que se case conmigo y no estoy dispuesto a aceptar un no por respuesta.
Federico le miró con los ojos entrecerrados.
—No eres tú el que tiene que tomar esa decisión.
—Paula me quiere, quiere quedarse en Seattle. Pero está dispuesta a sacrificarse por el bien de la familia. De toda la familia. De la mía y de la vuestra.
—Entonces, ¿por qué me estás contando todo esto?
Por primera vez desde que Federico había aparecido, Pedro pareció sentirse incómodo.
—No sé cómo acercarme a ella. Intenté ofrecerle una cena romántica y fue un fracaso absoluto. Paula  está pensando en irse de aquí a dos días, así que no tengo mucho tiempo. He pensado que un ataque frontal podría funcionar. Un ataque mío y del resto de la familia. Entre todos podemos convencerle de que se quede. Yo le pediré que se case conmigo, ella dirá que sí y viviremos para siempre felices.
—Lo tienes todo planeado. ¿Y si Paula no quiere casarse contigo?
Pedro no quería ni pensar en ello. No quería pensar en lo triste y sombrío que sería su mundo sin la luz de Paula.
—Nadie puede quererla más que yo. Si me dice que no, continuaré intentándolo. Paula lo es todo para mí.
—¿Y por qué debería creerte?
—Porque, por lo que me han contado, sabes lo que es entregarle el alma a la única mujer a la que quieres.
Federico asintió lentamente.
—Buena respuesta.


Carmen subió en el ascensor hasta el apartamento de Silvina. Sólo tenía unos minutos, pero no le importaba. No tenía mucho que decirle.
Silvina no esperaba ninguna visita, así que no estaba tan arreglada como habitualmente. Llevaba el pelo suelto y un poco despeinado, tenía una mancha en la sudadera y llevaba los vaqueros desabrochados, mostrando su vientre ligeramente hinchado.
—¡Carmen! —exclamó Silvina. Se llevó la mano al pelo y rápidamente intentó ocultar su vientre con la sudadera—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
—Oh, muy bien —Silvina parecía recelosa—. Pasa, por favor.
—No, no hace falta. Es más fácil decirte lo que tengo que decirte desde aquí —sonrió fríamente—. Eres buena actriz, eso tengo que admitirlo. Has representado de forma intachable el papel de ex esposa dolida, tan bien que me he tragado toda tu historia. Me has hecho dudar de Pedro, lo cual es una auténtica locura. Sé la clase de persona que es mi hijo y sé la clase de persona que eres tú.
Silvina se movió incómoda.
—No sé qué ha podido contarte Pedro…
—Muy poco —contestó Carmen—. Precisamente, ésa ha sido parte del problema. Si me hubiera dicho la verdad desde el principio, jamás hubiera confiado en tí. Pero Pedro no quiso hablar mal de tí, lo que dice mucho sobre la clase de hombre que es.

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