lunes, 5 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 87

Se levantó y se metió en el cuarto de baño. Se quitó cuidadosamente el maquillaje que se había puesto para el almuerzo. El color oscuro del ojo contrastaba con la palidez de su piel. Parecía perdida, dolida, que era exactamente como se sentía.
Odiaba todo aquello. Odiaba sentirse desgarrada por dentro. Odiaba la sensación de que no hubiera ninguna solución para su problema. Odiaba sentirse controlada por las circunstancias y por la vida de los demás.
Lo único que ella pretendía era encontrar un lugar al que pertenecer, encontrar a su verdadera familia. Y la había encontrado, sí, pero desde entonces, su vida se había convertido en un desastre. Un desastre que debía comenzar a arreglar cuanto antes.
Bajó al vestíbulo a esperar a Pedro. No quería pensar siquiera en que estaba a punto de decirle que se marchaba. Todo le resultaba demasiado triste. Así que, intentando no pensar en ello, se dedicó a pasear por las habitaciones vacías, maravillándose de que Gloria no estuviera allí. Estaba fuera, con sus amigos. Amigos que había hecho en el centro de día del barrio.
La imagen de su abuela haciendo manualidades con otras ancianas le hizo sonreír, pero era una realidad. Bueno, a lo mejor no se dedicaba exactamente a hacer manualidades, pero salía y conocía gente. Lo de comenzar a ir al centro de día había sido idea de Malena y Gloria le había hecho caso.
Paula entró en el salón y fijó la mirada en las vistas de la ciudad. Malena había sido una influencia maravillosa tanto para su abuela como para Federico. Había unido a la familia. Clara había sanado el corazón de Agustín y le había dado un motivo por el que vivir. Y Matías siempre había estado enamorado de Sofía, aunque durante mucho tiempo hubiera sido demasiado cabezota como para reconocerlo.
Llamaron a la puerta. Paula corrió a abrir a Pedro. Mientras cruzaba el vestíbulo, recreó su imagen. Sus hombros fuertes, la forma de su mandíbula, aquella boca capaz de convertirle en un charquito de deseo.
Estaba enamorada de él. Después de haber tropezado con tantas ranas, por fin había encontrado un príncipe. Un príncipe al que estaba a punto de abandonar.
—Hola —la saludó Pedro, se agachó y le dió un beso en la boca.
Paula se inclinó para devolverle el beso, dejando que su cuerpo le dijera lo que ella no era capaz de decirle: que le amaba, que siempre le amaría, por lejos que tuviera que marcharse, que nunca le olvidaría.
—Hola —susurró Paula mientras Pedro se enderezaba.
—He elegido un sitio muy especial para ir a cenar —le dijo Pedro—. Luces tenues… muy romántico. Probablemente tendrás que prepararte. A mí, por lo menos, me basta estar contigo para que me tiemblen las piernas.
Paula sonrió; sonrió porque Pedro era divertido, encantador y tenía siempre las palabras adecuadas para cada ocasión.
—Pues pareces estar llevando muy bien la situación
—Lo sé —le enmarcó el rostro entre las manos y le acarició el moratón—. Cada vez que te veo el ojo me entran ganas de darle una paliza a esos tres chicos.
—Pero no lo harás.
Pedro vaciló un instante, el tiempo suficiente para hacerle saber que la respuesta que iba a darle no era la primera opción.
—No, no lo haré —miró el reloj—. ¿Ya estás lista?
Paula  le dió la mano y le condujo al salón. Le invitó a sentarse en el sofá y se volvió después hacia él.
—En realidad no tengo hambre —le dijo—. He pensado que podríamos saltarnos la cena. Hay un par de cosas que necesito…
—No podemos saltarnos la cena —contestó Pedro con una expresión que Paula no fue capaz de descifrar—. La cena es importante. He hablado con el chef. El postre va a ser algo muy especial, que seguro que no te querrás perder. Será magnífico.
—Pedro, estoy hablando en serio.
—Tenemos que ir a cenar, Paula.
—No puedo. Yo…
Pedro frunció el ceño.
—¿Te encuentras mal? ¿Tienes que volver al hospital?
—No, yo… Pedro, me voy.
—¿Qué?
—Me voy de Seattle. Ya he renunciado al trabajo que tenía en el Bella Roma y todavía no he empezado a trabajar en el Chave's, así que es el mejor momento. Necesito marcharme, buscar un lugar diferente. Vivir en una ciudad en la que nadie me reconozca. Quiero recuperar mi vida de antes, vivir en mi propia casa y no tener a la prensa persiguiéndome constantemente. Quiero dejar de hacer daño a la gente que quiero.
Pedro se levantó y bajó la mirada hacia ella.
—¿De qué demonios estás hablando? No puedes marcharte de Seattle.
—Tengo que irme. Es lo mejor.
—Pero eso es huir.
Paula estaba terriblemente decepcionada. Creía que Pedro lo comprendería. Aunque era gratificante verlo tan afectado. A lo mejor ella no era la única que se había enamorado…
—A veces una retirada a tiempo es lo mejor para todo el mundo —dijo mientras se levantaba ella también— . Por favor, no te enfades conmigo.
—¿Por qué demonios no voy a enfadarme? Ni siquiera lo has hablado conmigo. Me dices que te vas así, sin más. ¿Y qué va a pasar ahora? ¿De verdad estás dispuesta a marcharte?
Paula asintió lentamente. Después, tomó aire mientras sentía cómo comenzaba a latirle la cabeza.
—Ahora ya están resueltos los problemas de todo el mundo. Carmen dejará de sufrir. Sé que le he hecho mucho daño y no sabes cuánto lo lamento. Luisa está a salvo. Y mi retirada será buena para la campaña.
Pedro la fulminó con la mirada.
—Al diablo con la campaña. ¿Crees que la prensa va a olvidarse de tí porque te vayas de la ciudad? Continuarán con toda esa historia. En cuanto a Luisa, ni siquiera sabes lo que podría haber pasado. Esos chicos hicieron algo terrible y serán castigados por ello, pero tú no tenías ningún control sobre lo que estaban haciendo, ni tenías ninguna manera de predecirlo —se acercó a ella—. Vas a rendirte. Jamás pensé que serías capaz de hacer algo así.
Muy bien. Paula llevaba demasiado tiempo mostrándose comprensiva. Había llegado el momento de decir algo.
—Estoy haciendo lo que considero lo mejor para todo el mundo.
—No estás dispuesta a luchar por lo que realmente quieres.
—No estoy dispuesta a hacer daño a la gente a la que quiero. Deberías sentirte agradecido. Tú quieres mucho a Carmen y sabes lo mucho que ha sufrido por culpa mía.
—Carmen es más fuerte de lo que crees. ¿Y qué me dices del padre que estabas tan desesperada por encontrar? ¿No piensas terminar lo que has empezado?
—Miguel no me necesita. Lo que él necesita es ser presidente. Te necesita a su lado, trabajando para alcanzar su objetivo. Lo último que le conviene es pelearse con la prensa por mi culpa.
Pedro tomó aire.
—Ya no voy a seguir en la campaña. Todavía no se lo he dicho a Miguel, pero me voy.
Paula le miró fijamente.
—No puedes. Miguel te necesita.
—Miguel tiene a su disposición personal muy preparado que puede hacerse cargo de la campaña. Ése no es mi mundo. Yo no quiero ser como él.
Evidentemente, Pedro todavía no le había dicho nada a su padre, porque, de otro modo, Paula se habría enterado ya. Y cuando la prensa lo supiera, la cosa se iba a poner muy fea.
—Un motivo más para marcharme —musitó—. Así la prensa se olvidará de nosotros.
—Y eso es lo único que importa, ¿verdad? —preguntó Pedro con amargura—. Me alegro de saber de qué lado estás. Has entrado en la lógica de la política de forma muy rápida. Realmente, eres digna hija de tu padre.
Aquella acusación tan injusta le dolió casi tanto como el golpe que le habían dado en la cabeza.
—Eso no es justo. ¿Crees que para mí es fácil? Quiero a la familia a la que acabo de conocer. No quiero dejarla y te aseguro que tampoco quiero abandonar a mi familia de siempre. Estoy tomando una decisión muy difícil, pero lo hago por el bien de todo el mundo.

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