sábado, 3 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 82

—Supongo que eso debo tomártelo como un insulto contra esos tipos. Espero que no tenga nada que ver con mi falta de maquillaje.
Pedro la soltó y acercó una silla al lado de la cama. En cuanto se sentó, le tomó a Paula las dos manos.
—Cuando me he enterado de lo que había pasado no me lo podía creer —le dijo—. Me gustaría preguntarte que si estás bien, pero supongo que es una pregunta estúpida. Cómo vas a estar bien en estas condiciones.
—Claro que estoy bien —contestó—. Todavía un poco asustada, pero bien. Sobre todo teniendo en cuenta que no he caído en coma, ni tengo una contusión ni nada de lo que supongo se puede esperar cuando a alguien le dejan en observación. Mañana por la mañana me darán el alta —se llevó una mano a la cara—. Y voy a tener una historia muy interesante que contar.
—Has tenido que pasar mucho miedo.
—La verdad es que creo que jamás en mi vida había estado tan asustada. Pero sobre todo por Luisa. Tenía mucho miedo de que la violaran.
—Pero les has dado bien. Todos están heridos.
—¿Les has visto?
—Sí. Esos chicos tienen todo un historial de problemas. Nunca habían llegado tan lejos y tampoco han recibido grandes penas en los juzgados, pero esta vez no van a irse de rositas.
—¿Luisa está bien?
Pedro sonrió.
—La están tratando como a una auténtica heroína. Dice que no pasó miedo, que sabía que tú ibas a protegerla. Y cuando te pegaron, en lo único en lo que pensó fue en devolver el golpe —le apretó la mano con fuerza—. Incluso ha confesado que dijo algunas palabrotas.
Paula se echó a reír.
—Creo que le dijo a uno que era un cabeza hueca. Es un encanto. Me parece increíble que esos chicos pudieran ser tan crueles con ella. No puedes imaginarte las cosas que le dijeron.
—Todavía no han sacado ninguna ley contra la estupidez.
—Y hablando de estupidez —continuó diciendo Paula con la mirada fija en la manta que tenía sobre el regazo—, creo que yo también entro en esa categoría —se obligó a mirarle—. Me temo que Silvina consiguió engañarme.
Pedro la miró a los ojos.
—No me estoy acostando con Silvina. No tengo ningún interés en ella. No voy a llegar tan lejos como para decir que la odio porque eso implica utilizar un gran nivel de energía que no me apetece malgastar con ella. Silvina no significa nada para mí, Paula, y quiero que lo sepas.
—Lo sé, de verdad. Y debería haberme dado cuenta. Además, debería haberte preguntado en vez de haberte acusado directamente.
—No, la culpa de eso la tengo yo. La acusación me pilló completamente desprevenido y me dejé llevar por el orgullo. Pensé que deberías haberme creído. Después me di cuenta de que en realidad nos conocemos desde hace muy poco tiempo, era lógico que creyeras lo que parecía más evidente.
—¿De verdad?
¿Significaría eso que no iba a dejarla?
—Sí, de verdad —Pedro se inclinó hacia ella y la besó.
—El problema fue que Silvina  sabía muchas cosas sobre tu casa. Me habló hasta de cómo se encendía la chimenea de tu dormitorio.
—Porque había estado allí. Le fastidió tanto que la dejara que, cuando se enteró de que yo estaba interesado en esa casa, intentó quitármela. Lo más irónico del caso es que, después de la sentencia de divorcio, tendría que haberla pagado con mi dinero.
Paula suspiró.
—Jamás se me ocurrió pensar que podría haber visto la casa sin estar contigo.
—No, no lo sientas. Soy yo el que debería haber manejado la situación de otro modo. Lo del embarazo me dejó completamente desconcertado. No podía dejar de pensar en quién podía haber estado saliendo con Fiona. Tiempo después, comprendí que a lo mejor habías interpretado mi reacción como una forma de culpa o sorpresa.
—Algo así.
Pedro volvió a besarla y Paula se deleitó en la caricia cálida y prometedora de su boca. Quería continuar besándole, pero teniendo en cuenta que estaban en un hospital y que todavía le dolía terriblemente la cabeza, probablemente no fuera muy buena idea.
—No quiero a Silvina, te quiero a tí.
—Buena respuesta.
—¿Ya nos hemos arreglado?
Paula asintió e inmediatamente se llevó la mano a la cabeza.
—Tengo que dejar de hacer esto.
—¿Y qué me dices de las encuestas? —preguntó de pronto Pedro—. ¿Continúan preocupándote las encuestas?
—No lo sé. Tú eres el experto en eso, no yo. ¿Crees que es mejor ignorarlas?
—No puedes dejar que la campaña electoral dirija tu vida.
Sí, sonaba muy bien, ¿pero sería verdad? Miguel era su padre. ¿No tenía que intentar ayudarle?
—No quiero estropearlo todo —admitió—. No quiero ser la razón por la que Miguel no llegue a ser presidente.
—¿Y por eso serías capaz de separarte de mí? —preguntó Pedro.
Paula le miró atentamente, intentando averiguar lo que estaba pensando.
—¿Quieres decir que no debería hacerlo? ¿Que si Miguel te pidiera que no me vieras le dirías que se fuera al infierno? —se llevó la mano a la boca, arrepentida por la brusquedad de sus palabras—. Miguel es tu padre, le debes lealtad por encima de todo, y éste es su sueño. ¿Crees que tenemos derecho a destrozárselo?
—Seguro que surgirán otros escándalos.
Pero hasta entonces, ella era el escándalo del momento.
—Pero esta noche no tenemos por qué pensar en ello —añadió Pedro—. Ahora, descansa. Mañana por la mañana vendré para llevarte a tu casa.
—Estoy deseando salir de aquí.
Pedro le dió un beso en la mejilla y se marchó.
Paula cambió de postura en la cama, intentando ponerse cómoda. La cabeza todavía le latía y sabía que le costaría conciliar el sueño a pesar de que estaba agotada. A lo mejor debería…
Alguien llamó a la puerta en ese momento. Alzó la mirada y vió a Miguel entre las sombras.
—Todavía estás despierta —le dijo su padre.
—Sí.
—Estupendo. Estupendo —entró en el dormitorio y le sonrió—. ¿Cómo te encuentras? Tienes el ojo muy negro.
—Sí, ya lo sé. Antes me he mirado en el espejo y casi me he asustado.
—Te pondrás bien.
Por primera vez desde que se habían conocido, estaba a solas con él. Sin familia, sin colaboradores… sólo su padre. Y parecía menos impactante. Aun así, continuaba siendo un hombre atractivo y, para ella, un gran desconocido. ¿Sería siempre así? ¿Sería ésa la única relación que podría llegar a establecer con su padre? ¿Para ella siempre sería un personaje distante?
Miguel se sentó en la silla que Pedro acababa de dejar.

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