lunes, 5 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 91

Paula se levantó y se volvió hacia la persona que acababa de hablar. Era Pedro. Estaba en el marco de la puerta de su dormitorio.
El corazón comenzó a latirle violentamente. El resto de su cuerpo suspiraba de anhelo, como si cada una de sus células hubiera estado esperándolo. Ignoró aquella traición biológica y alzó la barbilla.
—No tengo miedo.
—Claro que sí. Has estado luchando durante toda tu vida y has recibido golpes muy duros. Has estado luchando con Gloria durante muchos años —miró enfadado a la anciana—. No pretendo ofenderla.
—Decidiré si debo sentirme ofendida o no cuando vea dónde acaba todo esto.
Pedro se volvió hacia Paula.
—Le entregaste a Martín todo lo que tenías y él te dejó. Ryan fue incluso peor, porque lo tenía todo planeado. Marcos era… —se encogió de hombros—. En realidad, no sé lo que era Marcos.
—Un tipo muy religioso —musitó Paula, sin estar muy segura de qué pensar de las palabras de Pedro.
—Te has quemado muchas veces y ahora tienes miedo de acercarte al fuego. Por eso tenías tanto miedo de que estuviéramos juntos. Quizá no conscientemente. Después, descubriste que estabas haciendo sufrir a Katherine, y eso era lo último que pretendías. La respetas y no querías hacerle pasar por una situación difícil. Estabas en una situación muy complicada para tí. Te arrojaron de pronto a la arena política, en la que no sabías cómo desenvolverte y, después, el ataque de Luisa fue la gota que rebasó el vaso. Tiene sentido.
—Gracias por la recapitulación —musitó Paula, comprendiendo que Pedro podía tener razón—. Y ahora, ¿te importaría decirme qué estás haciendo aquí?
Pedro avanzó hacia el interior del dormitorio.
—Luchar por tí. Estoy asegurándome de que no hagas algo de lo que te arrepentirás durante el resto de tu vida. Quiero asegurarme de que no te alejes de mí.
—Desde luego, siempre has tenido una gran confianza en ti mismo.
—En realidad no, pero nunca he estado tan seguro de algo como ahora. Sé que tenemos que estar juntos, Paula. No puedes marcharte. Tú perteneces a este lugar.
Ojalá pudiera quedarse, pensó Paula. Ella le amaba, le necesitaba, le deseaba. Para ella nunca habría otro hombre. Estar con Pedro le había servido para comprender la devoción de Katherine por Miguel.
—Hay algunas complicaciones…
—No tantas como crees —dijo Carmen mientras entraba junto a su hijo en el dormitorio, seguida por los hermanos de Paula.
Paula se encontró de pronto acorralada, rodeada por gran parte de su familia.
—¿Qué está pasando aquí?
—Hemos decidido crear un frente común —le explicó Pedro—. Ha sido idea mía. Ya me darás las gracias más adelante.
—No entiendo nada…
—No vamos a dejar que te vayas —le aclaró Matías, y sonrió—. Por supuesto, no pienses que te estoy amenazando ni nada parecido.
—Vaya, me alegro —musitó Paula.
—Tú perteneces a esta familia —dijo Agustín—. Tienes que estar con nosotros. Y a lo mejor también con este tipo —señaló a Pedro con la cabeza—. A mí me parece bastante decente.
—Sí, a mí también me gusta —intervino entonces Federico —. Y creo que tiene muy buen gusto.
—Pero ¿y todo lo que te he hecho sufrir? —Paula miró a Carmen y después a Miguel—. Le he hecho mucho daño a tu campaña.
Miguel, tan atractivo y elegante como siempre, le pasó el brazo por los hombros a su esposa.
—He renunciado a esa carrera. Éste no es un buen momento para presentarme a unas elecciones. Mi oficina de prensa está redactando ya el comunicado en el que anuncio mi renuncia.
Paula necesitaba sentarse. Todo estaba ocurriendo tan rápido…
—Pero tú querías ser presidente. Ese era tu sueño…
—Algunas cosas tienen un precio excesivo —miró a Pedro—. ¿Podemos hablar después?
—Por supuesto —contestó Pedro, y se volvió hacia Paula—. Te estás quedando sin excusas.
La mente de Paula corría a toda velocidad. Si Miguel ya no quería ser presidente, la prensa dejaría de preocuparse de ella, o de cualquiera de su familia. Y si la prensa dejaba de acosarla, su vida podría volver a la normalidad.
Pedro sacó entonces una cajita de terciopelo del bolsillo de su chaqueta. Paula se quedó de piedra.
Lo primero que pensó fue que iba a proponerle matrimonio. Lo segundo que eso significaba que la amaba, lo cual le provocó unas ganas incontenibles de bailar. Y lo tercero que hizo fue preguntarse cómo iba a declararse Pedro delante de toda su familia.
Su último pensamiento fue que estaba deseando decirle que sí.
—Oh, cariño —dijo Carmen, posando la mano en el brazo de su hijo—. Debería haberte localizado antes. Tengo algo que decirte.
Pedro la miró.
—Mamá, creo que éste no es el momento.
—Lo sé, pero tengo que decirlo ahora. Será muy rápido —buscó en bolsillo y sacó una sortija con un diamante—. Si prefieres el que tú has comprado, lo comprenderé —le tendió la sortija—. Éste era de mi abuela. No sé cómo no se me ocurrió antes, con Sil… —se aclaró la garganta—. En cualquier caso, lo he visto esta mañana y he pensado…
Pedro se quedó mirando la sortija de hito en hito. Paula sabía exactamente lo que estaba pensando. Que la sortija debería permanecer en la familia y que, hasta ese momento, él no había sido realmente uno de ellos. Reconoció los sentimientos que cruzaban su rostro porque ella había sentido lo mismo respecto a sus hermanos. Aquella sensación de pertenencia y distanciamiento al mismo tiempo.
¿Sería ésa la conexión que tenía con Pedro? ¿El haber sabido al igual que él lo que era sentirse un extraño? ¿El que ambos estuvieran buscando un lugar en el que sentirse realmente seguros?
Se acercó hacia él.
—Quiero ser tu mujer —le dijo, sin importarle que la habitación estuviera abarrotada de gente—. Quiero ser ese lugar seguro al que puedas acudir en cualquier circunstancia.
—Me estás pisando mi discurso.
—¿Tenías un discurso preparado?
—Iba a decirte que te quiero más de lo que nunca he querido a nadie. Que eres la única mujer con la que quiero estar. Que cuando estoy contigo, siento que de verdad pertenezco a otro lugar. Te quiero, Paula.
—Todo el mundo hacia atrás —susurró Gloria. Tenemos que darle espacio a este chico para que se arrodille. Porque te vas a arrodillar, ¿verdad?
Pedro sonrió.
—Siempre tiene que ser así, ¿verdad?
Paula miró a su alrededor, miró a todas aquellas personas que la querían y al único hombre con el que podía ser feliz.
—Creo que no nos vamos a poder librar.
—¿Y te parece bien?
—Creo que es lo mejor.

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