lunes, 5 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 90

Carmen dió un paso hacia Silvina.
—Sé lo que pasó. Sé que le engañaste y sé que has mentido y has intentado interponerte entre Paula y él. Sé que me has utilizado para volver con Pedro con la esperanza de convertirte en la nuera del presidente. Odio destrozar los sueños de nadie, pero no me va a quedar más remedio. Pedro no volverá nunca contigo y yo nunca volveré a confiar en tí. Ah, y por cierto, Miguel ya no quiere ser presidente. Procura mantenerte lejos de mí y de mi familia. Si alguna vez vuelvo a verte intentando congraciarte con alguien que conozco, contaré todo lo que ha pasado.
Bajó la mirada hacia el vientre de Silvina.
—Y te sugiero que le pidas al verdadero padre de tu hijo que se case contigo.
—¿Estás de broma? Es un don nadie. Este niño debería haber sido el hijo de Pedro. Se suponía que él tenía que continuar casado conmigo.
Carmen se preguntaba cómo podía haber estado tan equivocada con Silvina.
—Procura mantenerte alejada de Pedro. Y también de mí. Yo que tú, incluso me iría a vivir a otra ciudad.
Carmen se volvió para marcharse, pero Silvina la siguió a lo largo del pasillo.
—No puedes hacerme esto —gritó—. Éramos amigas. Eso tiene que significar algo.
Carmen se volvió para mirarla.
—Nunca hemos sido amigas. Has jugado a ganar, pero has perdido. Ahora atente a las consecuencias. Al fin y al cabo, podrían ser mucho más terribles. Si eres una mujer inteligente, procurarás desaparecer para siempre de nuestras vidas. Si vuelves a cruzarte conmigo, te arrepentirás, te lo prometo.
—No me asustas.
Carmen sonrió lentamente.
—¿Ah, no? ¿Estás segura?
Silvina retrocedió un paso.
—Estúpida, vieja bruja. Te odio…
—¿De verdad? Yo no tengo ni siquiera energía para pensar en tí.


—Estás cometiendo un error —dijo Gloria mientras Paula continuaba sacando ropa y dejándola encima de la cama—. No puedes huir. Te lo prohíbo.
Paula  intentó sonreír.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Me vas a castigar?
—Si hace falta, te castigaré.
—Estoy haciendo lo que tengo que hacer, y en el fondo sabes que tengo razón. No hay otra solución.
—Siempre hay otra solución. No puedes irte ahora.
—Y no quiero irme —admitió Paula, deseando que pudieran hablar de otra cosa. Ya era suficientemente duro pensar en irse sin tener que contar con la presión de su abuela—. No puedo seguir haciéndole daño a la gente que quiero.
—A la familia Chaves no le has hecho ningún daño y Carmen y Miguel tienen ocho hijos, de modo que apenas se fijarán en ti. Sin embargo, tú eres la única nieta que tengo.
Paula no sabía si debería soltar una carcajada o echarse a llorar.
—Siempre has tenido un pico de oro.
—¿Pero no es cierto lo que digo?
Paula se sentó en la cama y Gloria se sentó a su lado.
—No te vayas —le pidió su abuela—. Yo ya soy vieja. ¿Y si me muero y no vuelves a verme otra vez?
—No me hables de la muerte. No es justo.
—Ahora mismo no me importa lo que sea justo o lo que no. Quiero que te quedes. Paula, tienes que quedarte. Acabamos de encontrarnos la una a la otra.
Era muy doloroso, pensó Paula mientras luchaba por superar su tristeza. No quería irse en un momento en el que acababa de encontrar todo lo que siempre había querido. Se suponía que podía empezar a trabajar en el restaurante de sus sueños, conocer a su nueva familia sin romper los lazos que le unían a su familia de siempre y ser amada por un tipo increíble. Debería haber sido todo perfecto. Y sin embargo…
—Lo sé —dijo Paula, mirando a Gloria a los ojos y viendo el dolor que reflejaban—. Lo siento.
—No lo sientas. Quédate. Lo solucionaremos todo. No te he educado para que renuncies a luchar en los momentos importantes.
—No estoy renunciando a luchar. Estoy haciendo lo mejor para todos. ¿No te das cuenta de que la situación nos ha superado?
—Es posible que te haya superado a tí,  pero a mí no.
Paula no pudo evitar sonreír.
—Estás decidida a salirte con la tuya, ¿verdad?
—Lucho por lo que es mío, y tú deberías aprender a hacerlo también. ¿Qué me dices de ese chico con el que estás saliendo, de Pedro?
—No sé nada de él. Tuvimos una discusión muy fuerte.
—¿Ah, sí? ¿Y una discusión ha bastado para acabar con todo?
—No puedo obligarle a quererme.
—¿Y cómo sabes que él no te quiere? ¿Se lo has preguntado? ¿Le has dicho que le quieres?
¿Se lo había dicho?
—No exactamente —en cambio, Pedro había reconocido que estaba enamorado de ella.
—No exactamente —Gloria se levantó y la miró furiosa—. Vete al infierno, Paula, lo estás estropeando todo.
Paula abrió la boca y después la cerró.
—Jamás en mi vida te había oído hablarme en ese tono…
—Ahora olvídate de esto. Eso es importante. Estamos hablando de tu propia vida. ¿Por qué tienes que pensar antes en los demás que en tí? ¿Por qué te importan más los sueños de los otros que los tuyos?
—Porque tiene miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario