sábado, 3 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 81

Hay demasiadas visitas —dijo la enfermera con firmeza—. No puede haber tantas personas al mismo tiempo en una habitación.
Federico  se acercó a la enfermera, una mujer de unos cincuenta años, y sonrió.
—Pero es mi hermana. Estaremos muy callados y, si aparece la jefa de enfermeras, nos esconderemos debajo de la cama, ¿de acuerdo?
Paula observó a Federico Chaves obrar su magia. La enfermera le fulminó con la mirada durante un par de segundos más y después pareció relajarse.
—De acuerdo, pero tienen que estar muy callados. Si mi jefa se entera…
—Jamás se enterará —le prometió Federico,  y la enfermera se marchó.
—Increíble —susurró Paula.
—Estoy completamente de acuerdo —se sumó Malena mientras le tomaba a Paula el pulso—. Es un genio. Con él, lo único que tengo que hacer es permanecer en un segundo plano y esperar —Malena hablaba con la confianza de una mujer que se sabía amada. Le soltó a Paula la muñeca—. Sobrevivirás.
—¿Es que había alguna duda?
—No, pero quería asegurarme.
Malena se acercó a Federico, algo realmente complicado en aquella habitación abarrotada. Había ido a ver a Paula toda la familia, Gloria incluida, y también estaban Carmen y parte de sus hijos. Los únicos que faltaban eran Miguel, Pedro, y los tres Schulz más pequeños.
—Hola, soy Mar.
Paula se volvió hacia la atractiva joven que acababa de acercarse a la cama. Era una mujer pequeña, con el pelo negro y rizado y la piel de color café.
Paula  sonrió.
—La segunda hija de los Schulz, que está estudiando psicología en la universidad, ¿lo he dicho bien?
—Lo has dicho perfectamente. Siento que no nos hayamos conocidos antes. He oído hablar muy bien de tí. Y la verdad es que fue divertido enterarme de la vida sexual de mi hermano a través de la prensa. Voy a tener un motivo para burlarme de él durante el resto de mi vida.
Paula hizo una mueca.
—Me gusta tu actitud. Y creo que a mí no me vendría mal tomármelo de la misma manera. Todavía me entran ganas de esconderme en un agujero cuando me acuerdo.
—No puedes permitir que esos canallas te hundan. Yo no lo permito —Mar señaló a Gloria—. ¿Es tu abuela?
—Sí.
—Una mujer dura y fuerte. He leído algo sobre ella. Sé que levantó un imperio de la nada. Ahora mismo estoy haciendo un trabajo sobre mujeres emprendedoras para una de las asignaturas en las que estoy matriculada. ¿Crees que podría entrevistarla?
—Lo que creo es que mi abuela se sentiría muy halagada.
—Genial. Encantada de conocerte. Espero que te pongas bien.
Mar se acercó a Gloria, que estaba hablando en aquel momento con Carmen.
Paula volvió a apoyar la cabeza en la almohada. Agustín se acercó a la cama y le dió un beso en la frente.
—He hablado con uno de los policías. Han atrapado a los tres chicos y tendrán que ir a juicio. Supongo que ésa es una de las ventajas de tener un senador en la familia.
—Me alegro, porque si no hubieran presentado cargos contra ellos, habrías sido capaz de matarlos.
Agustín se quedó mirando fijamente a su hermana.
—No, no soy capaz de hacer algo así.
—Pero habrías estado a punto de hacerlo.
—Eres mi hermana.
Algo que estaba significando mucho para ella últimamente, porque sabía que implicaba una conexión muy especial y toneladas de cariño. Carmen tampoco se había separado de ella, seguramente para intentar reparar su mentira sobre Silvina. Pero en cuanto tuviera oportunidad de quedarse a solas con ella, Paula quería explicarle que era cierto lo que le había dicho, que la comprendía y la perdonaba. Además, estaba más afectada por la reacción de Pedro. ¿Por qué no se habría defendido con más vehemencia? ¿Por qué habría renunciado a ella tan fácilmente?
Tres horas después, todavía no tenía la respuesta para aquellas preguntas, pero por lo menos podía formulárselas en silencio. Las enfermeras habían conseguido echar a todo el mundo para que ella pudiera descansar. En aquel momento permanecía tumbada, con los ojos cerrados y preparándose para dormir, pero entró alguien en la habitación.
Abrió los ojos y vió a Pedro al lado de la cama.
La única luz que había en la habitación era la que procedía del pasillo, de modo que su rostro estaba en sombras. Paula no podía distinguir su expresión, pero, en cualquier caso, se alegraba de que hubiera ido a verla. Estaba exultante, de hecho. Al fin y al cabo, eso tenía que significar algo, ¿no?
En lo que a Pedro concernía, pensó, no tenía remedio. En cuanto le tenía delante se comportaba como una mujer débil y desesperadamente enamorada.
—Cómo te han dejado el ojo —dijo Pedro mientras le acariciaba el pómulo con infinita delicadeza.
—Pues deberías ver cómo ha quedado el otro tipo.
Pedro no sonrió. Se inclinó hacia delante y la envolvió en sus brazos. Unos brazos fuertes, cálidos, que le hicieron sentirse completamente segura, a salvo.
—Maldito infelíz… —musitó Pedro contra su hombro.
Paula se aferró a él.

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