sábado, 3 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 80

Carmen volvió a llorar otra vez.
—Oh, no. Yo no soy tan buena como tú crees.
—Nos has salvado. He visto a ese coche corriendo a toda velocidad hacia nosotras. Has sido tú la que has conseguido que huyeran esos tipos.
—Te he visto defendiendo a mi hija con tu propia vida —dijo Carmen—. Nunca podré pagarte lo que has hecho. Sobre todo después de lo que te he hecho yo a tí—se interrumpió y desvió la mirada—. Cuando me preguntaste por Silvina y por Pedro, cuando quisiste saber si era posible que continuaran juntos, te mentí. Estaba dolida y quería hacerte daño. Pero en realidad no están juntos, Paula. No han vuelto a estar juntos desde que se separaron.
Paula, apoyándose con la mano en el suelo, se irguió ligeramente. Se frotó la sien e hizo una mueca al acercar después la mano a su rostro inflamado.
Lo ocurrido y la información que Carmen acababa de darle se mezclaban de manera confusa en su cerebro, como si fueran las piezas de un rompecabezas incompleto. No le encontraba sentido a nada; lo único que realmente alcanzaba a comprender era que, una vez más, le había hecho sufrir a Carmen. Y…
Un momento. ¿Pedro no estaba con Silvina? Pero aquélla era una cuestión demasiado importante como para asimilarla en ese momento. Buscó un tema algo más fácil.
—Siento haberte causado problemas —susurró Paula—. Y parece que continúo haciéndolo.
Carmen emitió un sonido que era en parte una risa y en parte un sollozo.
—¿Eso es todo lo que piensas decirme después de la confesión que acabo de hacer? Me comporté de una forma horrible. Como un ser despreciable. Te mentí.
—Fue una reacción natural, lo comprendo.
—Dios mío, ¿cómo puedes ser tan buena, tan comprensiva? ¿No puedes enfadarte conmigo? Podrías hasta pegarme…
—Me duele demasiado la cabeza como para ponerme agresiva.
Carmen se inclinó hacia ella y la abrazó.
—Paula, por favor, perdóname.
—Te perdono.
—No puede ser tan fácil.
—A lo mejor sí.
—Pero si te mentí acerca de Pedro.
—No entiendo lo que ha pasado con Pedro—admitió—. Silvina fue extremadamente convincente y después, cuando yo le lancé a Pedro todas aquellas acusaciones, él apenas se defendió. Por eso tuve la sensación de que era cierto todo lo que Silvina me había dicho.
—A lo mejor no alcanzaba a comprender que hubieras dado crédito a una información así y le decepcionó que no confiaras en él. Pedro es un hombre orgulloso, Paula. Para él, el honor lo es todo. Pero es un hombre por el que merece la pena luchar.
—Podría haberme dicho la verdad —dijo Paula, deseando que dejara de dolerle la cabeza.
—¿Y no te la dijo?
—A lo mejor… —en aquel momento no era capaz de recordar.
—Me gustaría ofrecerme a ayudarte, pero creo que últimamente me he inmiscuido demasiado en tu vida —le acarició a Paula el brazo.
Pedro no estaba con Silvina. ¿Sería posible? ¿Y por qué no había intentado convencerle de la verdad? ¿Por qué se había limitado a desaparecer? Muy bien, era cierto que no la había engañado, pero también que no estaba dispuesto a luchar por lo que habían compartido. De modo que quizá fuera preferible que hubiera terminado todo.
El problema era que no se sentía mejor, sino infinitamente peor.
—Yo nunca me había subido a una ambulancia —dijo Luisa, que iba sentada al lado de Paula—. Me alegro de que no hayan puesto la sirena. Haría mucho ruido.
Paula también se alegraba. Probablemente la sirena habría acabado con ella.
—¿Estás bien? —preguntó Luisa—. Estás muy pálida y tienes el ojo hinchado. Ha sido increíble cómo te has peleado.
—Sí, a mí también me cuesta creerlo. Estoy segura de que mis hermanos van a hacer todo tipo de bromas sobre mí.
—Se alegrarán de que no te haya pasado nada. Yo también me alegro.
Paula alargó la mano para tomar la de Luisa.
—Has sido muy valiente. El médico que me ha atendido me ha contado cómo me has protegido y has conseguido alejar a esos chicos.
—No iba a permitir que nos hicieran ningún daño.
Paula le sonrió.
—Estoy muy orgullosa de que seas mi hermana.
Luisa esbozó una sonrisa radiante y posó la cabeza en el pecho de Paula.
—Lo mismo digo. Te quiero mucho, Paula.
Paula sintió un nudo en la garganta.
—Yo también te quiero mucho —le acarició a Luisa la melena—. No vamos a permitir que esto lo estropee todo, ¿verdad? Me refiero a lo del vestido y al baile.
Luisa se enderezó inmediatamente.
—Por supuesto que voy a ir al baile. Tengo un vestido precioso y mamá me va a peinar. Me ha dicho que puede dejarme unos pendientes. ¿Crees que estaré tan guapa como ella?
Paula  pensó en lo que Carmen le había confesado, en lo mal que se había sentido al saberse fuera de la vida de su hija. Y deseó que Carmen hubiera estado allí para oír lo que Luisa acababa de decirle.
—Creo que deberías pedirle que te ponga tan guapa como ella. Seguro que le gustará.
Luisa asintió.
—Mi madre es la mejor.
—Estoy completamente de acuerdo.

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