sábado, 3 de octubre de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 83

—¿Necesitas algo? —le preguntó a Paula—. ¿Te tratan bien aquí?
—Me tratan estupendamente y estoy muy bien. Mañana podré volver a mi casa.
—Genial —Miguel le palmeó el brazo—. Has salido en las noticias. Luisa y tú se han convertido en heroínas. Ha sido una noticia importante. Esperamos que esto nos permita ganar votos. Les hemos demostrado que nuestra familia tiene carácter. Seguro que volvemos a subir en las encuestas, sobre todo ahora que hemos filtrado que Pedro y tú ya no están saliendo juntos. Ha sido curioso lo de ustedes. Yo jamás los habría imaginado como pareja. Pero bueno, ahora ya ha terminado todo, por suerte.
Qué equivocado estaba. Pedro y ella formarían una gran pareja. O, por lo menos, lo intentarían, por difícil que pudiera ser su relación.
Miró a Miguel, a su padre. Sabía que no tenía nada que ver con todo lo que ella había imaginado. Pero era un buen hombre y tenía grandes proyectos. Quería ser presidente. La única ambición de Paula era llegar a dirigir el Chave's. ¿Quién era ella para interponerse en el futuro de un hombre como él?
Pedro se presentó en casa de sus padres a primera hora de la mañana. Cuando llegó, Carmen todavía estaba en bata, preparando un café en la cocina. Alzó la mirada hacia su hijo y se quedó completamente paralizada. Apretó los labios y abrió los ojos como platos, pero no dijo nada.
Pedro no había estado más enfadado con ella en toda su vida. Sabía que, al no hablar con ella, la había castigado de la peor de las maneras, porque su madre no soportaba perder el contacto con sus hijos. Y él había querido hacerle sufrir.
Pero después había recordado quién era Carmen. Había recordado cómo le había encontrado cuando él sólo era un niño asustado que se despertaba todas las noches gritando porque revivía en sueños el asesinato de su madre. Había recordado la paciencia con la que le había enseñado a leer, a sumar y a restar, cómo le había enseñado a ducharse y a vivir en sociedad. Había sido ella la única que había dado por sentado que podría integrarse en el colegio y estudiar después en la universidad. Todavía recordaba lo sorprendido que se había quedado al oír hablar a su madre con una de sus amigas.
—Pedro es un niño brillante, estoy convencida. Sé que será capaz de hacer cosas magníficas con su vida. Me pregunto a qué universidad irá —le había oído decir.
En aquel momento Pedro sólo tenía diez años y todavía estaba luchando para adaptarse a su nueva vida. Aquellas palabras habían supuesto un profundo cambio en él. Carmen había sido capaz de obrar el milagro. Y Pedro era consciente de que se lo debía todo.
Pero aunque no hubiera sido así, estaba seguro de que habría ido a verla a aquella mañana. Porque la quería. Siempre la querría. Y todo el mundo tenía derecho a equivocarse. Carmen también era humana.
Le abrió los brazos, Carmen corrió hacia ellos y Pedro la abrazó. Era tan pequeña, pensó con aire ausente. Siempre la había visto como una mujer fuerte y poderosa, pero en aquel momento la sentía casi frágil.
—Lo siento —comenzó a decir Carmen.
—No —la interrumpió Pedro—, ya te disculpaste y no he venido aquí para oírtelo decir otra vez. He venido para decirte que te agradezco que te arrepintieras de lo que hiciste y para que sepas que ya está todo arreglado.
Carmen le miró a los ojos.
—Dios mío, Pedro, te quiero tanto…
—Yo también te quiero.
—No puedo creer que me hayas perdonado.
—Soy un tipo increíble, ¿sabes? Tienes suerte de que forme parte de tu vida.
Carmen sonrió y comenzó a reír después a carcajadas.
—Sí, supongo que sí —retrocedió un paso—. Estaba haciendo café, ¿quieres tomar una taza?
—Sí, claro —se sentó en uno de los taburetes de la cocina—. Y también me gustaría hablar contigo de un par de cosas.
—Sí, ya me imaginaba que no estabas aquí para disfrutar de mis habilidades culinarias.
—Preparas unos bizcochos de canela deliciosos.
—Ojalá. Lo que hago maravillosamente es abrir la bolsa y meterlos en el horno.
—Aun así, me encantan.
—Por eso los hago.
Carmen siempre había conseguido que todos y cada uno de sus hijos se sintieran especiales. Era una mujer extremadamente sincera, nunca había buscado ninguna clase de protagonismo y siempre pensaba en los demás. La familia era su mundo, una familia que él estaba a punto de dividir.
—Voy a dejar de trabajar en la campaña —anunció Pedro.
Su madre contuvo la respiración.
—Pedro, no.
—No me queda otro remedio. No soy la persona más adecuada para ayudar a Miguel.
—Pero tu participación en la campaña es muy importante.
Pedro era consciente de que le estaba poniendo en una situación muy difícil: que estaba haciéndole elegir entre padre o hijo. Sabía que siempre elegiría a Miguel porque era su marido, pero que le destrozaría tener que tomar esa decisión.
—No he tomado esa decisión a la ligera —le dijo—. Para mí también Miguel es muy importante. Quiero hacer las cosas bien, pero no puedo ignorar mis sentimientos. Yo no soy un político, no me gusta la política y no se me da bien.
Carmen se cruzó de brazos y miró atentamente a su hijo.
—Lo sé —susurró—. Sé que te sumaste a la campaña porque yo te lo pedí, y porque Miguel quería que fuera una cuestión familiar.
—Si es por eso, continuaré participando de alguna manera en la campaña. Le demostraré mi apoyo de otra manera.
—Para tu padre va a ser una gran decepción.
—Pero lo superará.
Pedro tenía la sensación de que la mayor preocupación de Miguel sería ver de qué manera afectaba su renuncia a los votantes, pero seguramente no estaba siendo justo.
—Esto no puede haber sido fácil para tí —dijo Carmen, mostrando aquella capacidad de comprensión que parecía tan natural en ella—. Supongo que ha sido como renunciar a cumplir con tu deber.
Miguel se encogió de hombros.

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