lunes, 19 de octubre de 2015

Dulces Sueños: Capítulo 31

-Donde estás mi amor? ¿Dónde? – tenía los ojos cerrado, y sus manos apretando las sabanas de la cama, era tan insoportable, ya no podía más. – Como me encantaría verte y escucharte decirme mamá, decirme que me amas… ¿Cómo estarás? ¿Cómo eres? – todo le parecía tan gris, como la peor de las tempestad, podía ser feliz, pero siempre habría una nube negra en su corazón, esa no iba a desaparecer mientras no encontrara a su hijita. – Mi vida…
De pronto la imagen de Jessica le vino a la mente, y no entendió porque, pero la hizo llorar aun más… Ella sufría por no tener a su hija y Jessica por no tener a su madre, por estar en un lugar sin cariño, sin sueños, sin alguien que la amara y lleno de pre conceptos. También se acordó del día en que habló, de cómo era cariñosa con Pau, su sonrisa, sus ojos, todo le parecía tan familiar, tan demasiadamente bello, y a la vez tan triste…
-Tu si podrás llamarme mamá… - se refería a Jessica. - ¿Por qué siempre que te veo sufro aun más? ¿Por qué me acuerdo tanto a mi hija cuando estoy contigo? – suspiró. – Quizás porque tenemos una historia muy parecida mi chiquita. – fue sentándose poco a poco de nuevo. – Pero jamás dejaré que te hagan daño, y estaré siempre contigo, y juntas nos amaremos para no sufrir tanto…
Si Pau tenía razón, cuando estaba con Jessica todo parecía cambiar, todo parecía ser otro mundo, parecía que la conociera de toda una vida, y con lo poco que la conocía ya la amaba más que el normal, como si de verdad fuera su hija, y eso en parte la hacia sufrir.
Paula  era normal como todas las mujeres, desde chica había soñado en ser mamá y jugaba con sus muñecas como las nenas y cuando su sueño había hecho realidad, le quitaron, le robaron…
Se levantó despacio poniendo la bata, tragando saliva, no podía estar todo el día ahí sufriendo sola, en aquel momento Paula decidió algo, no solo por ella, como por Pepe también, por su familia… miro por la ventana el día lindo que hacia afuera, y por fin sonrió… acordándose de la sonrisa de su morenita, de su chocolatito.

Por otra parte de la ciudad, Miguel  había estado toda la mañana buscando papeles, llamando a abogados y aun no había salido a trabajar, mientras que Alejandra solamente lo observaba, era rara esa actitud de su esposo ¿Será que de verdad había escuchando a su hija?
-¿Ya tienes noticias sobre nuestra nieta? – preguntó Alejandra entrando en su despacho con una cara nada agradable. – Porque imagino que estas en eso ¿No?
-Alejandra por favor, tengo millones de problemas y vienes tú con eso de nieta, por favor, ya estoy cansado.
-¿Cansado? Cansada estoy yo Miguel, de ver a mi hija llorando, de verla sufrir. – se acercó a él mirándolo bien a la cara. – Yo te pido como tu esposa, la que está contigo hace años, y también como mamá, porque no me quiero ni imaginar como seria vivir sin mi hija… - bajó la cabeza.
-Es que no hay nada que hacer Alejandra. – tragó saliva, mirándola con pena y sentándose en la silla tras el escritorio. – Nos hemos firmado aquel papel y no podemos llegar ahora a la familia de la nena y pedirla. – él respiró hondo. – Y ni siquiera están más en esta ciudad.
-Miguel ¿Por qué hicimos esto?
-Porque teníamos miedo de los demás, de lo que hablarían y también porque pensamos que así sería mejor para ella. – Alejandra se acercó a él y lo abrazó.
-¿No podemos entrar con un pedido de la guarda? Somos su verdadera familia Miguel y tenemos derecho.
-No sé, será muy difícil, pero lo intentaré.
Por primera vez le sorprendió a Alejandra las palabras de Miguel ¿Será que también empezaba a sentir pena de su hija? ¿O solo debía ser por lo que había dicho ella? Que lo mandaría a la cárcel porque secuestro a su bebé.

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