martes, 24 de marzo de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 128

– ¿Te asustan las tormentas? – no pude evitar preguntárselo, eso no venía en la investigación.
– Sí, desde niña – respondió avergonzada.
– No pasa nada, la lluvia es algo muy normal, vital para la vida, además no estás sola – quise abrazarla, pero me detuve, quizá era mejor no darle alas al asunto.
– Lo sé, es sólo que… no importa.
– Tranquila, me quedaré aquí hasta que pase – dije acariciando su hombro tratando de tranquilizarla.
– ¿De verdad? – preguntó, pero no supe si fue ilusión lo que había en su tono de voz o yo me lo estaba imaginando.
– Sí, no traigo coche y no quiero mojarme – le mentí, pero no quería ilusionarla, yo no era un santo y tampoco quería hacerme ilusiones, ella tenía novio.

Paula se acostó de lado, separándose de mí y dándome la espalda, se aferró a la almohada y yo me quedé ahí, inmóvil, pensando si era buena idea romper de una vez por todas las reglas frente a ella, decirle que me había dado cuenta que la necesitaba como jamás había necesitado a alguien, a tal grado que mi cuerpo no había respondido a otras mujeres, además de que había sido capaz de mandarla investigar con tal de saber todo sobre ella, sin embargo, eso lejos de halagarla podría asustarla y más si supiera que había estado vigilando su edificio, por lo que preferí callar.

Cuando me di cuenta que estaba dormida le acaricié su brazo, me encantaba la textura de su piel; suave, tersa, delicada, la acaricié con el dorso de mi mano, con las yemas de mis dedos, ella no se inmutó así que me atreví a pegarme a su cuerpo y la abracé por la cintura, enterrando mi cabeza entre su espeso cabello y me perdí en su olor.

– No me dejes sola esta noche.

La escuché decir y me separé abruptamente de ella, pero seguía profundamente dormida, entonces puse mi cabeza sobre mi mano para mirarla, velando su sueño mientras la lluvia continuaba cayendo.

– Te necesito… no te vayas… las reglas, sí las reglas.

Ahí me di cuenta que estaba soñando conmigo, ¿acaso ella también quería romper las reglas y no se atrevía?, tenía que encontrar la manera de hacerlo fortuitamente, al parecer, ninguno de los dos era capaz de quebrantarlas frente al otro.
No me di cuenta cuando me quedé dormido hasta que sentí los tibios rayos del sol sobre mi piel, abrí los ojos y vi que ella seguía durmiendo, miré mi reloj y eran las diez de la mañana, me levanté con cuidado para evitar despertarla y nuevamente decidí dejarle una nota, así que bajé otra vez a la oficina del gerente, tenía que seguir con mi teatro de desconocido para sorprenderla cuando nos viéramos en la calle.

Escribí varias cosas y las borré hasta que encontré la frase que quería decirle: “Recuerda que después de la tempestad viene la calma, la vida es un equilibrio y no podemos ir en contra de eso”, yo iba a darle el equilibrio que ella necesitaba, ese que Facundo no le daba. Regresé a la habitación y le dejé la nota sobre la mesa, la miré unos instantes y después me fui.

Por la tarde llegó Jennifer a mi departamento y me propuso que fuéramos al juego de los Gigantes, que era el siguiente lunes. Ella era gran fan de ese equipo, así que la abracé y le di un beso en la frente, sin querer me dio la idea perfecta para propiciar el encuentro casual con Paula, recordé que Facundo me había mencionado que él jugaba futbol americano en la preparatoria, así que seguro iría si lo invitaba, sólo esperaba que esta vez sí fuera con ella.

Fui a mi recámara y primero hablé con mi contacto del estadio y le pedí cuatro pases para el palco familiar. Después le marqué a Facundo, sonaba y sonaba, pero no me contestaba, estaba a punto de colgar cuando finalmente respondió.

– Hola Pedro, ¿cómo estás? – contestó un tanto agitado.
– Bien, ¿y tú?, ¿interrumpo? – pregunté serio ante la posibilidad de que estuviera con ella.
– No para nada, ¿en qué puedo ayudarte?
– Quiero invitarte al partido de los Gigantes del lunes por la tarde, ¿puedes?
– Claro, hace mucho que no voy a un partido en vivo.
– Pues ya está, te regalo un pase doble para palco preferencial, te los hago llegar a tu oficina el lunes por la mañana.
– Perfecto, muchas gracias.
– No tienes nada que agradecer, nos vemos el lunes – colgué feliz.

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