martes, 24 de marzo de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 126

– Y yo dos, descansa y que sueñes con los angelitos.
– Tú también descansa, te he visto más flaco últimamente.
– Me estoy haciendo anoréxico.
– Uy sí te lo creí.
– Bueno, ya adiós, voy a colgar en este momento.

Sólo escuché su risa antes de oprimir el botón de apagado. Salí de la regadera, me lavé las manos y abandoné el baño.

Le sonreí a Paula mientras me acercaba a ella, por fin iba a tenerla nuevamente entre mis brazos. Levanté mis manos para tomar su rostro, pero ella me lo impidió sujetándolas por las muñecas, ¿qué pretendía?

Me besó frenéticamente haciendo prisionera mi lengua, que delicia fue sentir la suya, comprobé que tenía las mismas ganas que yo y le correspondí el beso de igual forma, su sabor era realmente embriagador y me perdí en él, disfrutándolo, saboreándolo, en tanto mi cuerpo reaccionaba y la excitación aumentaba, definitivamente necesitaba de ella, con sólo un beso había logrado hacer lo que aquella rubia mujer no había podido lograr estando desnuda sobre mí. Forcejeé con ella, quería tocarla, acariciarla, recorrer su cuerpo con mis manos y entonces rompió el beso.

– Esta noche será a mi manera – susurró en mi oído.
– ¿Ah sí?, ¿y qué tienes en mente?

La sentí sonreír sobre mi cuello y empezó a lamerlo, en ese momento logré liberar mis manos, pero ella me aventó los brazos impidiendo de nuevo que la tocara, fue mordiendo mi cuello en tanto levantaba mi suéter hasta que me lo quitó, después levantó mi polera y fue lamiendo de una forma deliciosa mi torso, quise sujetarla por los hombros y una vez más no permitió que lo hiciera, entonces empecé a jadear, el no poder tocarla estaba aumentando peligrosamente la excitación, finalmente me quitó la polera también, me sonrió y me tiró sobre la cama, sin duda esa noche iba a ser una de las mejores de mi vida, me encantaba esa actitud que había adoptado, quería dominarme y por supuesto que se lo iba a permitir.
Me tumbó en la cama y terminó de desnudarme. Me gustaba esa sonrisa traviesa que tenía en la cara, entonces, tomó mi miembro endurecido entre sus manos y comenzó a lamerlo de manera deliciosa, quise poner mis manos en su cabeza, pero me lo impidió mientras seguía devorándose por completo mi masculinidad. Me acosté por completo en la cama, disfrutando de sus húmedas caricias y mis gemidos se escuchaban por toda la habitación, al fin me estaba haciendo lo que tanto había querido y de qué forma, sentía su tibia boca absorber mi miembro sin parar, al tiempo que lo acariciaba con su mano y pasaba su lengua a todo lo largo.

Yo me mordía los labios ante las grandiosas sensaciones que me estaba provocando, no sé cómo pude contenerme y no gritar su nombre, que ya conocía. Cuando estaba a punto de terminar, ella se detuvo y me besó ansiosamente, entrelazando su lengua con la mía en tanto su mano se deslizaba por mi dureza y me hizo explotar en ella.

Se separó lo mínimo para tomar aire, quise besarla, pero seguía sin dejarme, así que hice uso de mi fuerza y logré tirarla en la cama colocándome encima de ella y la sujeté de las muñecas con fuerza, pero sin lastimarla, ella me miró confundida y yo me reí.

– Fue tu idea jugar rudo esta vez… prohibido tocar o prolongaré más la tortura – expliqué sobre sus labios.

La fui desnudando lentamente, al tiempo que la besaba y lamía, le quité la ropa interior con mi boca y después la giré para recorrer su espalda con mis labios, mi lengua y mis manos. Su respiración se volvió errática y después me suplicó que la hiciera mía, era lo que más había deseado todos estos días, pero quería embriagarme primero de su aroma, de su sabor, quería comprobar si me había necesitado tanto como yo a ella. Mientras me colocaba el condón, Paula se acostó de frente y me tumbé sobre ella, pero sin penetrarla todavía, entonces volvió a suplicar.

– Necesito tenerte dentro ahora – exclamó demandante.
– ¿Me extrañaste? – pregunté entrando al fin en su cuerpo.
– Sí – respondió con un grito.
– ¿Cuánto? – inquirí mientras me movía suavemente.
– Mucho – dijo entre gemidos deliciosos que me excitaban más.
– ¿Mucho? – insistí disminuyendo la velocidad de mis movimientos.
– Muchísimo – aclaró tratando de besarme, pero no se lo permití.
– Demuéstrame que tanto – ordené.

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