sábado, 14 de marzo de 2015

Una Cita con el Amor: Capítulo 100

A los dos minutos que colgamos, me llegó un mensaje al celular con el teléfono de la chica, la clave y las reglas, aún no estaba seguro de querer participar en ese juego.

Se llevaron todas las cajas, después tomé mi maleta y miré por última vez aquella habitación que había sido más que eso, había sido mi guarida, mi refugio, la que sabía de todos mis proyectos, mis sueños y mis alocadas aventuras de universitario. Bajé las escaleras, me despedí de algunos compañeros que me encontré en el camino y subí al taxi que ya me esperaba para llevarme al aeropuerto.

Al llegar al de Seattle me estaban esperando mis padres y Jennifer, que sostenía un gran cartel que decía “Bienvenido a casa Licenciado Alfonso”, yo sonreí y corrí a su encuentro, primero abracé a mi madre que estaba más que feliz de volver a verme, la cargué y le di vueltas, después varios besos en ambas mejillas, ella sólo sonreía. Luego abracé a mi padre, que me dio un apretón en la espalda y unas palmaditas en una mejilla y por último le di un gran abrazo a Jennifer.

– ¿Y Federico? – pregunté al no verlo ahí.
– Tuvo entrenamiento hijo, ¿qué tal el vuelo? – respondió mi madre abrazándome.
– Muy tranquilo ma, me dormí casi todo el trayecto.
– Que gusto tenerte en casa.
– A mí también me da mucho gusto regresar.

Caminamos al estacionamiento y subimos al auto de mi padre, les fui platicando del proyecto que tenía en mente y que me asociaría con dos de mis compañeros para llevarlo a cabo. Mi padre me platicó como iba la fundación que dirigía y mi madre me dijo que estaba muy emocionada porque tendría una exposición en Nueva York la siguiente semana. Jennifer me anunció feliz que ya había conseguido trabajo. Al cabo de unos minutos llegamos a la casa, bajé mi maleta de la cajuela y entramos. Sonreí enormemente cuando se escuchó el grito de sorpresa y vi a mis hermanos, amigos y otros familiares en la sala de la casa.
De inmediato corrió la duendecillo de mi hermana a colgarse de mí, la abracé con fuerza y le di vueltas en el aire. Después me abrazó Federico, el recién casado, tenía apenas un par de meses de haber regresado de su luna de miel. También me dió un gran abrazo Rosa y luego su pequeño hermano Gastón. Seguí saludando a los presentes, entre ellos mis tres tíos.

– Que gusto me da verte Pedro, ya eres todo un hombre, que alegría que ya hayas terminado hasta la maestría – dijo el tío Gabriel después de darme un gran abrazo.
– A mí también me da gusto verte tío, gracias por estar aquí.
– Ni lo menciones, no me podía perder tu regreso, en la noche nos vamos a festejar, ¿eh?, un amigo acaba de abrir un table–dance y las chicas están de lujo, nos llevamos a tu hermano que el hecho de estar casado no le impide ver el menú y de paso al noviecito de tu hermana para que vaya aprendiendo.
– Si Luciana se entera te ahorca.
– No le vamos a decir, ya arreglé todo y hasta tu padre nos va a acompañar, será una noche de hombres memorable.
– ¿Te puedo robar a mi hermano, tío? – exclamó Luciana colgándose de mi brazo.
– Por supuesto nena – respondió y se fue con el resto de sus hermanos.
– Te hacía en Francia pequeña – dije apretándole cariñosamente la nariz.
– Es que este fin de semana será largo porque hoy es día feriado, llegué en la mañana, muy temprano y me voy el domingo a mediodía.
– Pues eso me da mucho gusto, aunque igual estaba planeando ir a visitarte.
– Súper, puedo enseñarte algunos lugares maravillosos y muy románticos para cuando tengas novia la lleves para allá.
– Sabes que eso de las novias no es lo mío.
– Pero, el amor es maravilloso Pedro, pensé que ya habías superado… – guardó silencio, no quería herirme con ese tema – yo soy tan feliz con Gas, nos amamos tanto, aquí entre nos, él también irá a verme, estará diez días allá.
– Que bueno que me dices, ahora le preguntó cuándo parte para yo programar mi viaje en la misma fecha.
– Ay no seas celoso ni posesivo hermano, ya sé cuidarme ¿ok?, vivo sola del otro lado del océano.

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