lunes, 29 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 40

Ahora, mirando su expresión fría y distante, ella pensó en lo acertado que había sido el diagnóstico de su padre. Pedro había desarrollado un don especial para guardar las distancias. ¿Qué clase de hombre era? En otro tiempo hubiera tratado de discutir con ella, de tomarle el pelo, pero ahora se limitó a lanzarle una mirada fría como el hielo y se puso a pedalear con más fuerza, distanciándose en pocos segundos de ella. Paula recordó entonces su impresionante aparición del día anterior en la oficina y se propuso utilizar una nueva táctica para borrar de su cara esa expresión de suficiencia y hacer que aflorara de nuevo a la superficie el muchacho que había conocido. Pedaleó con todas sus fuerzas hasta volver a ponerse a su altura e incluso adelantarle. Luego sujetó el manillar con la mano izquierda, se giró ligeramente en el sillín, se puso el pulgar de la mano derecha en la nariz y agitó los otros dedos a modo de burla.

 

—¡Ja, ja, ja! ¡Vas en una bicicleta de chica!

 

Pedro había sido siempre muy competitivo y, tal como ella había previsto, interpretó que le estaba desafiando a echar una carrera. Oyó enseguida, a su espalda, el zumbido de los radios de su bicicleta y el silbido de los neumáticos deslizándose a gran velocidad por el asfalto. Pero no le iba a resultar nada fácil alcanzarla. Ella iba en una bici con un cambio de dieciocho marchas y él sólo de tres.  Pero podía lograrlo y puso todo su empeño en evitarlo. Cuando le oyó acercarse por su derecha, dio un viraje brusco y se puso delante de él para cortarle el camino.


 —¡En, eso es juego sucio! —protestó él.

 

Ella le dirigió una diabólica sonrisa de satisfacción. Se levantó del asiento, se inclinó hacia delante y se puso a pedalear aún con más fuerza. El señor Machalay cruzaba en ese momento la calle unos metros por delante de ella. Llevaba una mano ocupada con las cosas que acababa de comprar en la tienda, y con la otra sujetaba la correa de su viejo perro, Max. Ella tocó desesperadamente el timbre de la bici y giró el manillar bruscamente para echarse a un lado. Miró luego a Pedro de reojo. Él se desvió hacia el otro lado del señor Machalay y de Max, que se quedaron como petrificados en la calle, sin atreverse a dar un paso ni a un lado ni a otro. Al señor Machalay se le cayó al suelo la correa y agitó el puño muy furioso contra ellos. 


—Lo siento —dijo ella, muy orgullosa sin embargo de mantener su liderato.

 

—Vas a provocar un accidente —replicó él jadeante muy cerca de ella.

 

—Bueno —contestó ella, casi sin aliento—. Mejor eso que morir de aburrimiento.

 

—Creo que te dije que eso no era nada malo.

 

—Resulta difícil de creer viniendo de un aventurero como Pedro Alfonso.

 

Pedro estaba ya a su misma altura, prácticamente pegado a ella. Paula pensó que ya había dado todo lo que tenía de sí y que no le quedaban más fuerzas, pero sintió una subida repentina de adrenalina y sacó de algún sitio fuerzas de flaqueza. Ambos salieron a toda velocidad. Ella se sintió dichosa con el viento agitándole el pelo, el corazón latiéndole al doble de su ritmo normal y los músculos tensos, viendo que él seguía a su lado. Tuvo la sensación de haber estado dormida mucho tiempo y haber despertado. Él se puso entonces junto a ella y le dió una suave palmadita en el hombro, como si estuvieran jugando al escondite. Luego, sin aparente esfuerzo, se fue adelante con unas cuantas pedaladas, como si hubiera estado jugando con ella todo ese tiempo. 

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