lunes, 29 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 38

Paula no pudo resistir la tentación de acercarse a la ventana para ver a Pedro montado en bicicleta. Era una vieja bici de mujer. Probablemente de su madre.  Por la forma de montar, podría haber pasado por un caballero y la bicicleta por su caballo de guerra. Con el aplomo que tenía podría cruzar con toda seguridad Main Street en pantalón corto, y sin pestañear. No es que ella estuviera obsesionada con esa imagen. Le había visto sin camisa y había tenido ocasión de admirar la musculatura de su torso y la perfección de su piel tan sólo estropeada por sus recientes rasguños con las espinas de los rosales. ¡Él sabía muy bien el efecto que ello producía en las mujeres! ¡Era un hombre exasperante! ¡La había incitado a besarle! Se había visto obligada a demostrarle que por el hecho de que fuera una sencilla chica de pueblo, ingenua y desconsolada, él, con su arrogancia, no iba a adueñarse de su vida y de su voluntad.  Sí. Estaba dispuesta a demostrárselo. Aquel beso había sido sólo el comienzo. Pero pensándolo mejor, dudó de si tendría la fuerza y el valor necesarios para ello. Se llevó los dedos a la boca y sintió un escalofrió de deseo al notar sus labios inflamados. «¿Un helado de vainilla?, ¿Por qué no?», se dijo para sí. «O un banana split. Eso es, chica, vive peligrosamente». Pero ella ya sabía que una vez probado el sabor de sus labios, las probabilidades que tenía de borrar la emoción de aquel recuerdo eran casi nulas.  Él era como un huracán arrasándolo todo a su paso. Y sólo un tonto podría pensar en enfrentarse a un huracán, tratar de domesticarlo y obligarlo a tomar un rumbo distinto del que había elegido. Pero la fragancia de los guisantes de olor había impregnado el aire de la oficina. Así era difícil poder estar enfadada con él, y mucho más difícil aún defenderse contra aquel tipo tan particular de tormenta. 


Cuando le recordaba apoyado en el mostrador jugueteando con las yemas de los dedos, le parecía ver de nuevo a aquel demonio de muchacho de entonces, siempre haciendo travesuras, pero lleno de encanto. Pero en la sala de reuniones, cuando él no quiso salir a comer con ella después de haberla invitado, le había visto muy distinto. No le había parecido un huracán. Ni siquiera el mismo hombre al que le había robado un beso de forma audaz. Creyó ver en él algo que nunca había visto antes. Algo duro y frío, una montaña enorme cuya ascensión suponía un gran desafío. Se estremeció pensando en ello, y en el valor que debía tener para hacer frente a lo que había visto en sus ojos y tratar de rescatarlo del lugar en el que había estado y del que no podía salir.

 

La noche siguiente, Paula se vistió con mucha intención para ir a la heladería. Se puso unos shorts que enseñaban los muslos un poco más que de costumbre y una camiseta con un escote igualmente más atrevido que en otras ocasiones.  Quería acabar de una vez por todas con el papel de Pedro Alfonso como protector y hermano mayor suyo. Pero al mismo tiempo, no quería que él pudiese pensar que estaba tratando de ponerse sensual para él. Supuso que habría tenido demasiadas chicas espléndidas alrededor suyo. Así que no se puso maquillaje y se recogió el pelo discretamente en una cola de caballo. 

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