lunes, 22 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 23

 —Tal vez un mes. Tengo muchos permisos acumulados.

 

—¡Un mes! —exclamó su padre de repente, dirigiendo a Sara una mirada de complicidad que Paula interpretó como un impedimento que podría cortar el vuelo de sus aventuras románticas.

 

Pedro miró a su padre con el ceño fruncido y luego a Sara. Ésta pareció encantada con la intención de él de quedarse un mes en Sugar Maple Grove. Era fácil leer en su cara que ya estaba planeando la boda entre Pedro y Paula. Y una pequeña casa encantadora llena de adorables bebés. Paula esperaba que Sara no lo dijera, ni siquiera en alemán. De su abuela podía esperarse cualquier cosa. Lo de los besos de Pedro había sido sólo una pequeña muestra. 


—¿Qué vas a hacer aquí durante un mes? —le preguntó el doctor Alfonso a su hijo—. Te aburrirás al tercer día. ¡Qué digo al tercer día! A las tres horas.


En otro tiempo, Pedro se habría enzarzado con su padre para ver cuál de los dos llevaba razón. Pero ahora ya no era tan exaltado e impulsivo.

 

—Me llevará probablemente un mes arreglar todas las cosas que tienes en casa estropeadas —dijo Pedro sin dar importancia a las palabras de su padre.


Ella miró a los dos hombres y vió que no era sólo la casa lo que necesitaba un arreglo. Paula empezaba a sentir dolor de cabeza. Aquellos dos Alfonso iban probablemente a necesitar su ayuda para poder caminar por el campo de minas que habían sembrado entre ellos. ¡Genial! Iba a tener que hacer eso, y a la vez no dejar que Pedro supiese que aquel beso había trastocado todo su mundo, que él, sentado a su lado en una plácida mañana de domingo, la había hecho volver a la vida. Eso era exactamente lo que ella necesitaba. Demostrarse a sí misma que ya no tenía quince años, que había crecido y se había vuelto inmune a sus encantos.

 

—Bueno, Pedro —dijo ella—, ya que vas a quedarte aquí un tiempo, podrías ayudarme. Es verdad, toda la ciudad piensa que me estoy muriendo de pena porque mi ex novio, Franco, está a punto de sellar su compromiso oficial con otra mujer.


 —¿Y es eso verdad? —preguntó él suavemente.

 

—¡Por supuesto que no! —replicó ella con firmeza—. Por eso voy a aceptar tu proposición. Sí, puedes hacerte pasar por mi pretendiente.


Fue como dejarse caer desde lo alto de un precipicio. ¡Y nadie odiaba las alturas más que ella!


 —¿Pretendiente? —exclamó él, echándose a reír—. ¿Quién usa aún esa palabra en estos tiempos que corren? Creo que pasas demasiado tiempo en ese Instituto de Historia.


 —Sigues siendo tan desagradable como siempre —replicó ella, exasperada.


 —Nunca me dijiste que te pareciera desagradable —dijo él, muy seguro de sí mismo, y con la confianza del hombre que sabe que no resulta desagradable a las mujeres. 

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