viernes, 5 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 56

 –¿No crees que ha sido una mañana entretenida? –la voz de su madre puso fin a su ensimismamiento.


–Ha estado bien, mamá –antes de dirigirse a casa después de hacer las compras fueron a comer a la cafetería.


–Hacía siglos que no íbamos juntas de compras –Alejandra agarró la mano de su hija–. Me gustaría poder conseguir sacarte los problemas de la cabeza.


–Dudo que puedas conseguir que papá deje en paz a Pedro.


Su madre suspiró.


–Oh, cariño, lo he intentado durante años. Sé que esta rencilla absurda le ha pasado factura, sobre todo a su salud –su madre levantó las cejas–. Y ahora te está afectando a tí. Otra vez.


Paula abrió la boca, pero no hubo negación.


–Pedro me importa –movió la cabeza a los lados–. No es algo que haya planeado.


–Y todavía le quieres –añadió su madre.


–Sí, pero eso no sirve de ayuda. Papá y Pedro se odian mutuamente. ¿Cómo voy a elegir a uno de los dos?


–Puede ser que tengas que hacerlo, Paula. Hace años supe lo que sentías por Pedro, pero los dos eran muy jóvenes entonces. Y cuando te partió el corazón fue muy duro para mí ver tu tristeza –su madre suspiró–. Por eso lo ví bien cuando decidiste ir fuera a estudiar. Creí que te olvidarías de Pedro y encontrarías a otro chico. Pero parece ser que no ha sido así.


–Oh, mamá, ¿Qué voy a hacer? Fue una locura por mi parte pensar que podía volver aquí y trabajar con Pedro como si no hubiera sucedido nada en el pasado. Estoy hecha polvo.


Su madre dirigió la mirada hacia la puerta.


–Apostaría a que Pedro no se siente mucho mejor. No te preocupes, cariño. Lo que tenga que pasar pasará, y al final todo se resolverá.


Paula suspiró. Esperaba que su madre tuviera razón, pero no veía ninguna manera no traumática de salir de la situación. 



Pedro entró en la cafetería y se sentó a la barra. No tenía nada de hambre, pero su madre había amenazado con pegarle si no bajaba a comer algo. Al menos ya quedaba poca gente comiendo. No se encontraba con ganas de alternar. Lo que quería era volver a casa y dormir a pierna suelta durante dos días. Pero no parecía que eso fuera a suceder hasta que la obra estuviera acabada, o los vándalos fueran detenidos. Quizá entonces las cosas volverían a su cauce. A decir verdad, él sabía que su vida nunca volvería a ser normal otra vez.  Estaba inquieto, y se giró en el taburete hacia la puerta cuando una cabeza de pelo castaño rojizo llamó su atención. Dirigió la vista a la mesa de al lado de la ventana donde estaban la señora Chaves y Paula. Su ávida mirada buscó la cara de ella. Su piel pálida y sin defectos, su espléndido pelo. Recordó esos rizos naturales extendidos por la almohada cuando hizo el amor con ella. Como si percibiera que él la miraba, Paula alzó sus ojos verde esmeralda hasta toparse con él. A Pedro se le puso tenso el estómago. La había echado de menos. La angustia se le subió al pecho cuando en la máquina de discos empezó a sonar Half Heaven, Half Heartache, de Gene Pitney.


La madre de Pedro llegó.


–Pedro, has venido. 

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