lunes, 1 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 47

Le bajó los tirantes del vestido, y éste cayó. Ella estaba allí de pie con sólo la ropa interior. A Pedro le hacían chiribitas los ojos cuando se fijó en los pechos, después empezó a acariciarle un pezón. Ella gemía, deseando más. Él la complació y se inclinó para poner su boca en uno de los tiesos pezones. A Paula se le fue la cabeza para atrás. Se le contrajeron los músculos del estómago de antelación cuando él la echó sobre las frías sábanas. Pedro se levantó, se quitó la camisa y la tiró al suelo. Después fueron las botas, el cinturón, los pantalones… todo. La respiración de Paula se paró por completo cuando atrevidamente examinó el perfecto cuerpo desnudo de él. Cuando volvió a mirarlo a la cara, enseguida se quedó fascinada por la intensidad de sus ojos. Pedro se aproximó y su boca se abalanzó sobre la de ella, ardiente y hambrienta. Interrumpió el beso para quedarse mirando el cuerpo de Paula.


–Qué belleza la tuya –desabrochó el sujetador y le masajeó los pechos con sus callosas manos. Después chupó y la excitó hasta que ella gimió de deseo y quedó tendida hacia atrás frente a él. Ella se olvidó de todo menos del hombre que tenía delante–. Te quiero, Paula.


–Demuéstramelo. Hazme el amor, Pedro –dijo Paula en voz baja mientras pasaba las manos por el pecho de él. Del pecho pasó a la espalda, para luego empujarlo contra ella–. Ahora.


Pedro no iba a resistirse por más tiempo y le quitó las bragas. Poniendo los brazos a ambos lados de Paula, se situó entre sus piernas y apretó lentamente hasta estar dentro. Gritó cuando una repentina tensión se acumuló en su interior y luchó por reprimirla. Era una agonía maravillosa. Había querido a Paula durante tanto tiempo… amado tanto tiempo. Cuando ella le rodeó con las piernas y le dijo que continuara, incrementó el ritmo, al cual Paula se acopló bien recibiendo cada embestida de él. Pedro notó cómo se ponía rígido el cuerpo de ella, y ésta jadeó y le abrazó.


–Pedro –gritó ella.


Él no pudo aguantar más y se desplomó con su propio clímax sobre ella. Con un último esfuerzo se dió media vuelta hacia un lado y se quedó abrazado a ella, besándole el pelo y acariciándole la piel húmeda.


–Ha sido increíble –balbuceó él.


Paula asintió con la cabeza volviéndose hacia él. Tenía lágrimas en los ojos.


–Oh, Pedro… –susurró.


Pedro la abrazó fuerte.


–No llores, cariño, o al menos dime que son lágrimas de felicidad.


–Lo son. Es que estar aquí contigo ha sido… Genial.


Él sonrió.


–Así es, hemos estado geniales, ¿No crees? –le puso la mano en la espalda y le dió otro beso, largo y profundo–. ¿Alguna vez te he dicho lo loco que estoy por tí, señora Alfonso?


Paula tuvo ganas de reírse, pero una vez más las circunstancias exteriores se cernieron sobre el momento, haciendo surgir dudas.


–Hemos sido un poco locos. Hemos venido aquí a dar un presupuesto y nos hemos casado.


Pedro le puso las manos a ambos lados de la cara, e hizo que lo mirara de frente, de tal manera que ella no pudiera dejar de ver la sinceridad en sus ojos azules.


–Y no me arrepiento. ¿Te arrepientes tú?


Paula sintió un escalofrío y se le humedecieron los ojos otra vez.


–Oh, Pedro, esto va a ocasionar tal revuelo… Pero no, no me arrepiento.


–Lo celebro –le dió un fuerte beso en la boca, volviéndola a hacer sentir. Se puso encima de ella, juntando pelvis con pelvis. Ella jadeó–. Vamos a ver si podemos ver el cielo otra vez. 

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