lunes, 1 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 46

 –Oh, Pedro, ¿Cómo has hecho para preparar todo esto?


–Con una llamada de teléfono –la bajó de los brazos–. Quería que esta noche fuera especial –la besó, y rápidamente fue hasta la mesa para abrir la botella de champán que estaba en la enfriadera–. Sé que ha sido una boda precipitada, pero eso no significa que no podamos hacer esta noche memorable –el corcho saltó, y se quedó mirando fijamente a su esposa.


Pedro sabía que el miedo podía aparecer, pero en lo único que podía pensar era en lo bella que ella estaba y lo mucho que la quería. Dejó de mirarla para llenar las copas, y descubrió que tenía las manos un poco temblorosas. Volvió a donde estaba Paula y le dió una copa.


–Por la guapa novia –brindó Pedro, y los dos tomaron un trago.


No podía dejar de mirarla.


–Dime que no estoy soñando, Paula. Que no me voy a despertar y habrás desaparecido.


Ella se acercó a él.


–Soy de verdad, Pedro. Y soy tu mujer.


–Creo que podríamos empezar cenando. Seguramente tienes hambre.


Paula acabó su copa y la puso en la mesa.


–Tengo hambre –miró hacia el dormitorio–. Pero no de comida.


Pedro se las arregló como pudo para beberse el resto de su copa.


–Yo tampoco tengo muchas ganas de comer –admitió él.


Se esforzó por mantener la calma mientras su boca se cerraba sobre la de ella, recorriendo el contorno de los labios perfectos de Paula con los suyos, disfrutando la suavidad y la textura. Ella respondió abriendo la boca, dejando que él frotara lengua con lengua. Un deseo imperioso recorrió el cuerpo de Pedro, un deseo fuera de lo común. Quería impregnarse de ella.


Paula no podía creer que Pedro era su marido. De pronto el pánico la atacó, su mente se hizo un barullo con los sentimientos de amor hacia ese hombre. También estaba preocupada. Había aceptado ese matrimonio de manera tan poco formal… ¿Pero habían tenido alguna otra posibilidad? Su padre lo odiaba. Y ellos se querían el uno al otro. ¿Por qué tenía ella que elegir a uno de los dos? Se le puso carne de gallina, y decidió olvidarse de todo, de todo menos de Pedro y ese momento. Sus dedos subieron lentamente por el ancho pecho de él antes de llegar a descansar en sus hombros. Tiró de él para tenerlo más cerca, cediendo a su creciente pasión. Pedro le agarró el trasero, y alinearon sus cuerpos. Los estremecimientos recorrieron el cuerpo de Paula cuando él le llenó la mejilla de besos. Sin esfuerzo él se la echó en los brazos y la llevó a su dormitorio. Como si estuviera esperándolos, la cama estaba abierta. La bajó de los brazos en el borde de la cama.


–He soñado con esto desde que te vi por primera vez.


Pedro la besó otra vez, después sonrió y comenzó a bajarle la cremallera del vestido.


–Creo que te deberías quitar esto antes de que lo rasgue. Y quiero que esta noche todo salga bien.


Paula sentía una eufórica mezcla de pasión y esperanza. Lo miró a la cara y admitió:


–Estar contigo es lo único que siempre he soñado. 

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