miércoles, 31 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 44

 —Basta ya de charla. Cava. Nos hacen falta gusanos. Grandes y hermosos. Jugosos. ¡Como éste! —dijo sacando un gusano de la lata y pasándoselo entre risas por delante de su cara—. Vamos, Dulce Pauli, tú nunca fuiste de esas chicas que se asustaban fácilmente de los bichos.

 

—Sí que me daban miedo. Sólo que fingía no tenerlo.

 

—¿En serio? ¿Por qué? —dijo él volviendo a meter el gusano en la lata.

 

—Pedro, si hubiera dejado que aquellos chicos supieran que yo tenía un punto débil, me hubiera encontrado gusanos en el bocadillo, en los libros y hasta en los guantes.


 —Había un cierto grupo de chicos que la tenían tomada contigo — recordó él con afecto—. Sobre todo después de tu éxito con Los encantos de una pequeña ciudad.


—Creo que podrían haberme hecho la vida imposible si no hubiera sido porque contaba con la protección de mi vecino Pedro Alfonso. Mi héroe —dijo ella mirándole de reojo, mientras él, arrodillado en el suelo, se ocupaba de llenar de gusanos la lata.


 —En realidad, creo que les gustabas a esos chicos. Ya sabes, los muchachos a cierta edad le regalan una rana a la chica que les gusta, de forma que ninguno acaba sabiendo realmente los verdaderos sentimientos del otro. Creo que, durante mucho tiempo, te privé probablemente de tener un novio cuando podrías o deberías haberlo tenido.


 —Me sentía como si te tuviera siempre pegado a mí. Y ahora, después de ocho años, aún me lo sigue pareciendo.


Él la miró sonriendo, luego agarró un bicho que vió moverse en la tierra recién removida y lo echó a la lata con los demás.

 

—Yo siempre te protegeré, Paula.

 

Ella recibió esas palabras con un sentimiento de gratitud que se vió roto en seguida cuando él le arrojó un gusano y se echó a reír al oírla gritar.


 —¿Estás tratando de decirme que te gusto? —le dijo ella, recordando lo de la rana.


 —Claro que sí. Y además quería oírte gritar. Supongo que aquellos muchachos dejaron de molestarte cuando fuiste al instituto, ¿No?


 —Sí, dejaron de meterse conmigo para pasar a ignorarme por completo. Me convertí en la chica invisible.


No le resultaba penoso, pese a todo, hablarle de la soledad y del rechazo que había sentido de adolescente.

 

Iban a ir de pesca a la laguna de Glover, pero antes tenían que cumplir con el rito tradicional de Pedro: perseguirla por el jardín con la lata de gusanos en la mano para asustarla. Luego tenían que ir a casa de Carla para recoger el viejo bote de madera de su marido, fallecido hacía ya algunos años, y cargarlo en la baca del coche de Pedro, un pequeño deportivo que no estaba hecho para llevar viejos botes de madera. 

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