lunes, 29 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 36

Decidió concentrarse en la tarea que se le había encomendado. Comenzó a ojear algunos papeles y viejas fotografías. Había recortes de periódico con el equipo de baloncesto del instituto en la final de 1972, fotos descoloridas del grupo de trabajo de la Iglesia de Santa Trinidad que había construido un orfanato en Honduras en los años ochenta. Había un molde de escayola de una mano que decía por el anverso: "Feliz Día de la Madre", y por el reverso, escrito a pluma: "Walter Terry, muerto en Vietnam en 1969". Pedro, acostumbrado a convivir con el mal en sus más diversas manifestaciones, a lo largo de sus últimos cuatro años, sintió como si los objetos de aquella caja le sumergieran en un mundo poblado de gente humilde y sencilla, sin ambiciones. No le sorprendía que Paula hubiera acabado allí, en el Instituto de Historia, documentando lo que constituían los encantos de una pequeña ciudad. Había las cosas más dispares, desde unas recetas de cocina hasta una vieja liga, probablemente de una boda.  Luego, en el fondo de la caja, se encontró con un paquete de cartas, atado con una cinta de terciopelo negro, algo deshilachada. ¿Sería eso la joya de los recuerdos de interés histórico sobre la Segunda Guerra Mundial que andaban buscando? Pedro desató la cinta, y tomó la primera carta del fajo. En el sobre estaba escrito, con cuidada letra masculina: "Para la señorita Leticia Sorlington, Apartado de Correos Sugar Maple Grove". La dirección del remitente era: Soldado Sergio Horsenell. El resto había sido tachado por un grueso lápiz negro de la censura. Pero se podía ver el matasellos de febrero de 1942. Todo un filón, pensó él. ¿Sería ese tipo de cosas lo que despertaban las emociones de Sophie? Desdobló la carta del joven soldado. Había que tener cuidado, el papel estaba a punto de romperse por los dobleces y había muchas palabras que casi no se veían. Aun así, fue capaz de entender que Sergio Horsenell había desembarcado en Irlanda, como miembro del Quinto Cuerpo de Ejército de los Estados Unidos, el primer contingente militar americano desplegado en el extranjero.

 

—Mi muy querida Leticia —leyó Pedro—. ¡No sabes en qué aventura tan extraordinaria me hallo metido!

 

La carta era una descripción maravillosa de la exuberancia de Irlanda, describiendo paisajes y sonidos y anécdotas con sus compañeros: "A pesar de todas las cosas nuevas que estoy viendo, y la importancia de la misión que me ha traído aquí, te echo mucho de menos. Me acuerdo de aquella última tarde que pasamos juntos, del picnic que preparaste, y del azul de tus ojos haciendo juego con el cielo. Echo todo aquello tanto de menos que quisiera estar ahora contigo, y preservar en el recuerdo aquellos sencillos momentos de placer que disfrutamos aquella tarde. Sé que querías casarte conmigo antes de mi partida, pero eso no era lo que yo quería para tí. Tú te mereces mucho más que una ceremonia apresurada. Vivo sólo para verte con un vestido blanco, flotando por el pasillo mientras te acercas a mí con un ramo de nomeolvides haciendo juego con tus ojos. Espérame, dulce Leticia. Espérame. Tuyo por siempre, Sergio."

 

Las cartas habían sido cuidadosamente guardadas por orden cronológico y Pedro se dió cuenta en seguida de que Sergio había escrito con mucha regularidad, a veces sólo una línea o dos, a veces unas cartas muy largas. Pero a medida que había ido transcurriendo el tiempo, la intensidad de las emociones había ido disminuyendo, dando paso al tedio de la vida militar. Las cartas pasaron a expresar quejas esporádicas por la falta de acción, la actitud de los oficiales o la comida tan horrible que tenían. 

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