lunes, 22 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 24

 —¿Recuerdas aquella vez que me dijiste que ibas a la biblioteca y yo te dí mis libros para que los devolvieras y tú no lo hiciste?

 

—Yo no iba a ir realmente a la biblioteca.

 

—Es igual. Y me costó seis dólares de multa.


 —¿Ha sido tu único problema con la ley?


Ella prefirió pasar por alto su ironía e incidir en otra anécdota del pasado.


 —¿Y qué me dices de aquella vez que te presentaste en la puerta de mi casa con un gatito cuando estaba a punto de salir para asistir a un certamen de música?

 

—Llegaste a encariñarte mucho con aquel gatito —dijo él con una sonrisa.


 —Ésa no es la cuestión. La cuestión es que llegué tarde al casting, y no conseguí el instrumento que yo quería. Por tu culpa, tuve que estar tocando la tuba una semana entera.


 —Los certámenes de música de bandas son para bichos raros.

 

—Exactamente lo que soy yo —dijo ella—. ¡Qué desagradable eres! Empiezo a pensar que aceptar este acuerdo ha podido ser muy precipitado por mi parte. No creo que esté tan desesperada como para tomarte por pretendiente, aunque sólo sea temporalmente.


 —¡Vaya, qué lástima! —exclamó él—. Justo ahora que estaba empezando a creer que podría resultar divertido. Sería algo así como meterme en un avispero como Dios me trajo al mundo.


Él había utilizado deliberadamente esa expresión para ver si podía hacer que se sonrojara de nuevo. ¡Y lo consiguió!

 

—¿Te estás volviendo atrás? —le preguntó ella.

 

—No, eres tú la que lo está haciendo.

 

—¡No! ¡Te equivocas! ¡Yo, no!

 

—¡Vaya! —murmuró el doctor Alfonso—. Yo que estaba interesado en ver si el prestigioso agente secreto, Pedro Alfonso, sería capaz de hacer algo noble por ayudar a un vecina a recobrar su dignidad. Créeme, Paula, no está en la naturaleza de mi hijo hacer cosas decentes.

 

Paula se sintió sorprendida por el tono amargo del médico, y vió cómo Pedro encajaba sus palabras como un mazazo.  Ella había cruzado con Pedro algunas palabras, medio en serio, medio en broma, que podían haber parecido algo hirientes pero que habían sido dichas sin ninguna mala intención. La tensión existente entre su padre y él era evidente. Pero de nuevo, el Pedro joven que habría respondido instantáneamente a la provocación no hizo acto de presencia. En su lugar apareció el Pedro disciplinado y paciente.

 

—Yo sólo soy un soldado. Y hago lo que se me dice, cuando se me dice. Estuve en una misión clandestina y se me dijo que no podría salir durante un tiempo.

 

—Puedes decir lo que quieras —dijo su padre.


 —Si pudiera haber estado aquí, habría estado.


 —Puedes decir lo que quieras —repitió su padre otra vez.

 

—Y si Paula está de acuerdo, haremos lo que hemos acordado.


Ella sintió un hormigueo en su corazón. No era una buena idea. Representar aquella charada era una idea estúpida e insensata que encajaba perfectamente en la categoría de las bobadas y tonterías que ella hacía siempre que estaba con él.  Pero ¿Podía ella negarle a Pedro la oportunidad ideal para redimirse a los ojos de su padre mientras estuviera allí? Podría incluso ser algo provechoso para ambos. Se sintió obligada a mediar entre ellos.

 

—Lo haré —anunció ella con decisión.


 —¡Bravo! —exclamó su abuela.

 

—¡Oh, querida! —dijo el padre de él.

 

—¡Genial! —exclamó Pedro.


 —Hablemos de nuestra relación —propuso Paula con entusiasmo— . Tengo ya medio pensado un plan de actividades para dejarnos ver por la ciudad: Un helado en Maynard, tal vez una vuelta o dos en bici, una comparecencia en Blue Rock y luego… Tatachán, tú y yo en la fiesta de compromiso de Franco. 

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