lunes, 15 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 9

 —Ayudarte es una vieja costumbre del pasado —dijo él con ironía.


 —Sí, yo tenía la habilidad de meterme siempre en líos —admitió ella a su pesar.


 —Sí, lo recuerdo… ¿Cómo se llamaba aquel chico que te persiguió hasta tu casa desde Harrison Park?

 

—No lo recuerdo —dijo ella con indiferencia, pese a recordarlo perfectamente.


 —¿Julio?


 —Julián —replicó ella, admitiendo así que lo recordaba desde el primer momento.


 —¿Por qué te perseguía?

 

—No me acuerdo.


 —Espera un segundo… Ya… Creo que lo tengo.

 

«No, por favor».


 —Tú le dijiste que era más estúpido que un perro persiguiendo a una mofeta. ¿No fue así?

 

—Se lo dije en japonés —replicó ella—. Había aprendido a decir esa frase en japonés y supuse que todo quedaría en nada. Pero debió de captar el sentido por el tono con que lo dije.


Justo cuando había pensado que estaba ya perdida, porque había llegado exhausta corriendo hasta su casa y había visto que no había nadie allí, y tenía ya a Julián pegado a ella, había surgido Pedro de entre las sombras del porche, con las manos cruzadas por delante del pecho, las piernas separadas y una sonrisa en los labios que no era realmente una sonrisa.  No había hecho nada. No había hecho falta. Julián se había quedado muerto de miedo. Y no volvió a molestarla.

 

—En japonés… —dijo Pedro, moviendo ligeramente la cabeza a uno y otro lado—. Siempre fuiste todo un personaje.

 

«Vaya. Eso tiene gracia. Un personaje. Gracias. Espero tener un día de éstos mi propio cómic», pensó ella.


 —Bueno, y ¿Qué estás haciendo en el jardín de mi padre en… camisón?

 

—Estaba haciendo una pequeña hoguera —continuó ella—. Para quemar la basura.


 —¿Quemas basura a… medianoche? —dijo tras consultar su reloj—. ¿Sabe mi padre que estás aquí?

 

—Está fuera —respondió ella caminando hacia el seto—. ¿No sabía él que ibas a venir?

 

El doctor Alfonso estaba ocupado cortejando a la abuela de Paula, que había ido allí desde Alemania tras la muerte de sus padres para atender a su nieta e intentar reconfortarla con sus especialidades gastronómicas.  Ese fin de semana, su abuela y el padre de Pedro estaban disfrutando de una representación de Shakespeare en Waterville Park, el pueblo vecino. Pasarían allí la noche. Ella no había tratado de averiguar si habían reservado una o dos habitaciones. No quiso saberlo. Ellos eran siempre muy discretos. Además, no era responsabilidad suya ponerle a Pedro al corriente de la vida amorosa de su padre.

 

—Quería darle una sorpresa —dijo Pedro.

 

Por el tono desencantado con que lo dijo, ella supuso que él era consciente de que no sería muy bien recibido por su padre. Ni siquiera había podido acudir al funeral de su madre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario