miércoles, 3 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 51

 –Se lo propondré, si tú sigues viniendo a ver a tu padre. Sé que ha cometido muchos errores toda su vida, pero él te quiere.


–Yo también le quiero –Paula quería a todos. A su padre, a su hermano y a su marido. Pero sucedía que ellos se odiaban. 



Esa misma noche, Pedro se encontraba sentado en el último escalón de la escalera del departamento de Paula cuando por fin ella llegó en el coche. El corazón de él se aceleró cuando ella salió del coche y empezó a subir. Por fin Paula lo vió.


–Pedro, ¿Qué haces aquí?


–Hola –se puso de pie–. Pensé que deberíamos hablar.


–Qué curioso, en el avión no tenías mucho que decir.


–Estaba dolido porque quieres mantener en secreto nuestro matrimonio. Pero he estado pensando las cosas más despacio.


–¿Y has llegado a alguna conclusión?


–Que me comporté como un idiota –se acercó a ella. Extendió la mano y le tocó el pelo–. Y, Dios, te eché en falta. No pude dejar de pensar en tí, en nosotros. Cuánto odio discutir contigo –se inclinó y le dio un suave beso en los labios–. Prefiero mucho más hacer el amor.


Paula suspiró.


–Oh, Pedro.


Paula quería ser fuerte, resistirse a ese hombre hasta pensar bien las cosas. Pero eso fue hasta que le tuvo a la puerta de casa, con unos pantalones vaqueros ajustados y una camisa que resaltaba sus anchos hombros. En ese instante, con una mirada insinuante de él, se volvió de mantequilla. Pedro la estrechó en sus brazos y la besó como si nunca fuera a parar. Los dos cuerpos irradiaban calor cuando las manos de él corrieron sobre ella, se deslizaron dentro de los bolsillos de los pantalones y le agarraron el trasero. Cuando la apretó contra sí Paula sintió morirse de placer. Pedro dejó de besarla.


–Vamos a continuar esto dentro.


Ella le dió la llave. Pedro abrió la puerta y entraron en el departamento. El deseo de Paula por ese hombre hacía inútil todo razonamiento y todo sentido común. Tiró del cuello de él para poder alcanzar su boca, impregnarse de su calor y saborearlo. La mano de ella fue al pecho de Pedro para tirar de su camisa. Cuando los botones cedieron él se quitó la prenda y después fue a por la ropa de ella. De repente los golpes de alguien llamando a la puerta captaron la atención de los dos.


–¿Quién es? –preguntó ella.


–Paula, soy Federico. Estoy buscando a Pedro.


–Estoy aquí, Fede –deprisa y corriendo Pedro se arregló la ropa mientras intentaba no inquietarse al pensar en la razón por la que su hermano quería localizarlo. Se puso la camisa y Paula se fue por discreción al cuarto de baño.


Pedro abrió la puerta.


–Fede, ¿Qué pasa?


Su hermano no parecía muy contento.


–No hemos podido localizarte, por eso he venido a buscar a Paula y he visto tu coche.


–¿Ha pasado algo en la obra? –preguntó Pedro, preocupado por la cara que ponía Federico.


Éste asintió con la cabeza.


–Alguien ha estado practicando el tiro al blanco con los cristales del chalé piloto.


–Maldita sea. ¿Cuándo va a acabar esta pesadilla? –Pedro se abrochó la camisa.


–Lo siento, pero cuando los de seguridad nos avisaron ya se habían ido. 


–¿Adrián y Gerardo están bien?


–Están bien. Les dije que no se movieran hasta que llegáramos.


–Menos mal –se metió la camisa en los pantalones e ignoró la inquisitiva cara de su hermano. Se estaba poniendo la chaqueta cuando Paula salió del cuarto de baño.


No había tiempo para ruborizarse o hacer cumplidos. Pedro agarró a Paula de la mano y salieron por la puerta. Tenía que parar de inmediato a quienquiera que estuviera intentando arruinarle. 

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