viernes, 19 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 18

Pero cuando ella probó un bocado del nuevo cruasán sin mermelada, y se le quedó pegada una miga en la comisura de los labios, él se preguntó quién estaba poniendo nervioso a quién.


 —Trabajo para el Instituto de Historia —respondió al fin Paula sin mayor interés—. Supongo que para tí será un trabajo muy aburrido.

 

—En absoluto —dijo el doctor Alfonso, saliendo en su defensa—. Paula es el único miembro remunerado del Instituto. Es el alma de la organización. ¡Un genio! Va a escribir un libro.

 

—Bueno, no exactamente —dijo ella ruborizándose una vez más—. Sólo estoy recopilando el material para un libro. Una colección de recuerdos de Sugar Maple Grove durante la Segunda Guerra Mundial. Más que escribirlo, yo diría que haré una selección y un montaje posterior.

 

Tiempo atrás, a Pedro le habría parecido, en efecto, aburrido. Pero tras cuatro años de haber estado rodeado de mujeres estúpidas, encontraba fascinante la profesión de Paula. Su padre comenzó a hablar del libro con gran interés y desparpajo. Oyéndolo, Pedro estaba cada vez más convencido de que su hermana estaba equivocada con él. Pero la saludable atmósfera cambió repentinamente. Un brillante deportivo rojo pasó lentamente por delante de la casa, y tras echar una mirada familiar de reconocimiento al porche se detuvo. Paula había empezado a relajarse con los encendidos relatos del doctor Alfonso acerca de la contribución de Sugar Maple Grove en la guerra, pero ahora Pedro se dió cuenta de su nerviosismo. Estaba temblando como un cervatillo asustado.


 —El caradura —exclamó su abuela, para añadir luego en alemán—: Me gustaría embadurnarle de miel y dejarle luego desnudo en la boca de un hormiguero.

 

Las cuatro personas del porche miraron entonces al hombre que salía en ese momento del coche. Pedro, con sus grandes dotes de observación, ya se había fijado en su aspecto. Derrochaba símbolos de riqueza: el coche, el suéter de diseño, los pantalones tan recién planchados, el destello de un anillo de oro macizo en el dedo meñique. Pedro advirtió el cambio de humor que la llegada de aquel hombre había producido en la mesa y se fijó en la cara de Paula. Estaba pálida y tensa y se había encogido en la silla como si pretendiera hacerse más pequeña o tratara de desaparecer incluso a la vista de los demás. Le vino entonces a la memoria un hecho que se había producido muchos años atrás. Estaba él jugando al baloncesto con unos amigos en el parque de la ribera del río que había al final de Main Street. Paula volvía del colegio camino de casa. Era cuando tenía trece años y acababa de participar tan brillantemente en aquel concurso nacional.

 

—¿Qué tal, boca metálica? —le increpó de modo insultante uno de los chicos acercándose a ella—. ¿Cuáles son los encantos de una pequeña ciudad? ¿Tú?


Se había acobardado, encogiéndose sobre los libros que llevaba en la mano, como si quisiera hacerse invisible. Él había ido corriendo hacia aquel muchacho, agarrándolo por el cuello de la camiseta y sujetándolo contra la pared.

 

—No vuelvas a meterte nunca más en tu vida con esta chica, ¿Me oyes? —le había dicho muy furioso—, o te haré pedazos, te reduciré a polvo, y haré contigo un ladrillo y te incrustaré en esta pared para siempre. ¿Comprendes?

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