viernes, 12 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Prólogo

 —Ya veo que ha dejado el estilo hippy, Alfonso, las melenas, la barba, el pendiente…


 —Sí, señor —respondió Pedro, que llevaba viviendo en la clandestinidad durante tanto tiempo que le costaba trabajo responder cuando le llamaban por su verdadero nombre.

 

—Ya no necesita parecerse a él nunca más —dijo su jefe con un gesto de satisfacción—. Bruno Lancaster está muerto. Hicimos que todo pareciese como si su avión privado se hubiese estrellado en el Mediterráneo por causas desconocidas. Ninguno de los que hayan quedado de la operación Lobby se estará preguntando por qué el señor Lancaster no fue uno de los veintitrés detenidos en siete países diferentes. Buen trabajo, Alfonso. Ninguno de nosotros podría haberse imaginado esto cuando respondió usted a aquel anuncio en Internet. Le dió a FREES una nueva proyección.

 

FREES, la Brigada de Emergencia para la Erradicación del Terrorismo, era una unidad formada por hombres muy bien adiestrados y con un gran sentido de la disciplina. Pedro, reclutado justo después de su primer servicio con los marines, había dado tales muestras de valor y heroicidad que lo habían encumbrado como uno de los mejores especialistas en rescates de escalada de alto riesgo. Esa cualidad, junto con su facilidad para los idiomas, le había llevado a entrar en la FREES.  Su respuesta en Internet a una página europea que ofrecía comprar armas estratégicas de uso restringido lo había cambiado todo. Se había visto, de la noche a la mañana, inmerso en un mundo turbio donde él era en parte policía, en parte soldado y en parte agente y espía.  Pero había que pagar un precio. A decir verdad, prefería las misiones más difíciles en las que había que poner en juego la inteligencia y no sólo las grandes dosis de valor y preparación física que había desarrollado a lo largo de los últimos cuatro años como experto en rescates.


 —Aunque parezca que nos hemos deshecho definitivamente de Lancaster, no podemos arriesgarnos a dejar ningún cabo suelto. Necesitas desaparecer por un tiempo. Como si te hubiera tragado la tierra. ¿Conoces algún sitio así? 


Pedro Alfonso conocía un lugar que reunía perfectamente esas condiciones. Un lugar donde nadie le relacionaría nunca con Bruno Lancaster. Un lugar con muchos árboles, con calles en sombra y donde nadie cerraba la puerta de su casa. Un lugar donde lo único interesante que se podía hacer un viernes por la noche era jugar en la Liguilla del Harrison Park.  Era el lugar donde había crecido, pero también en el que se había negado a enterrar su juventud. Sentía pavor de regresar. Pero tenía que hacerlo.


 —Señor, tengo aún algunos permisos pendientes.

 

Era una forma de hablar. Pedro había estado en la clandestinidad durante cuatro años. Se había tomado tan en serio su nuevo rol que no se había permitido un solo instante de ocio en todo aquel tiempo. Había llevado a cabo su misión con tanta profesionalidad como si su vida hubiera dependido de ello. Su jefe le miró con cierto recelo.

 

—Necesito volver a casa —dijo Pedro. 


La palabra «casa» le sonó tan extraña como segundos antes el oír su nombre en boca de su jefe.

 

—¿Será un sitio seguro?

 

—Créame, si un tipo como Bruno Lancaster tuviera que esconderse, Sugar Maple Grove sería el último sitio donde le encontrarían.

 

—¿Un pueblo con cuatro gatos?

 

—No creo que haya tantos —bromeó Pedro—. Está en el estado de Vermont, en la ladera de las Green Mountains. Creo que la gente sigue yendo a por agua a la fuente y los chicos a la escuela en bici. El mayor acontecimiento del año es el certamen de rosas y patios —dudó unos instantes antes de continuar—: Mi hermana está muy preocupada. Teme que mi padre no sepa sobrellevar la muerte de mi madre. Necesito ir a ver cómo está.


 Pero sabía que su padre no le recibiría precisamente con agrado.


 —Su madre murió mientras usted estaba fuera, ¿Verdad?

 

—Sí, señor.


 Sí, ese año ella se había sentido muy orgullosa de haber participado en el certamen de patios y haber recibido el premio a las rosas más bellas de la ciudad. 


—Siento que no pudiera ir a su funeral.

 

—No se preocupe, señor. Es parte de mi trabajo.

 

Pero eso era algo que sólo podía comprender alguien que tuviera el mismo trabajo que él. Y ése no era el caso de su padre, un sencillo médico de pueblo.

 

—La operación Chop-Looey ha sido todo un éxito. ¡Excelente trabajo! —dijo su jefe—. Se le ha propuesto para una condecoración.

 

Pedro no dijo nada. Había vivido en un mundo de sombras donde uno era recompensado por sus habilidades para pasar por lo que no era, por su habilidad para traicionar a la gente que había confiado en él. ¿Por ese tipo de cosas se recibía una condecoración? Se le hacía difícil separar lo que era su trabajo de lo que era él como persona. En todo caso, no se sentía precisamente orgulloso de ello. No quería volver a Sugar Maple Grove. Su padre estaba enfadado con él, y con razón. Su hermana le había encomendado una labor ingrata.

 

—Creo que mi estancia en Sugar Maple Grove no me llevará más de una o dos semanas —dijo Pedro.

 

—Sería mejor que se quedara un mes. Así nos daría tiempo a diseñar un plan eficaz para su protección personal.


 ¡Un mes en Sugar Maple Grove! ¿Qué iba a hacer allí tanto tiempo?

 

—Sí, señor —contestó, pensando que, al menos, allí podría dormir tranquilo por la noche. 

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