viernes, 12 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 3

Los Hamilton eran la aristocracia de Sugar Maple Grove. Y Paula era simplemente la simpática niña empollona a quien toda la ciudad había llegado a adorar por haber dado a conocer diez años atrás Sugar Maple Grove en todo el estado, al llegar a la final del Concurso Nacional de Redacción con Los encantos de una pequeña ciudad. No era de extrañar que se hubiese quedado boquiabierta cuando Franco Hamilton se fijó en ella. El que a él le preocupase tanto la opinión de los demás y se comportase de un modo poco romántico, eran cosas que no podían considerarse como defectos. Especialmente ahora, echando la mirada atrás. Pero no habían sido esas cosas las que le habían molestado. Había sido algo muy distinto, algo que se ocultaba debajo de la superficie y que ella no acertaba a ver, ni se atrevía a nombrar. Algo que al principio le había inquietado, luego enfadado, después desquiciado y finalmente había conseguido derribar todo su mundo.  Porque cuando ella no pudo ignorarlo por más tiempo, cuando comenzó a sentir un dolor agudo en el estómago las veinticuatro horas del día y no podía dormir, le había dicho a Franco, con tono vacilante, como disculpándose: «No puedo poner la mano en el fuego. Pero creo que algo no marcha bien». Y se quitó del dedo el anillo con aquel diamante enorme y se lo devolvió.

 

Pero Paula no estaba preparada para la sorprendente y rápida reacción de Franco. La había reemplazado. Pocas semanas después del incidente del anillo, llegaron a sus oídos rumores de que estaba saliendo en la universidad con otra chica. Al principio, había pensado que se trataría sólo de una estrategia para ponerla celosa. La relación que habían mantenido había sido lo suficientemente profunda como para que pudiera reemplazarla sin más por otra mujer en tan breve espacio de tiempo.  Pero ahora tenía la confirmación en la mano. No, no se trataba de darle celos. Había sido reemplazada. No era ninguna broma, ni cuestión de despecho. Franco no iba a volver ya con ella. Nunca. Era el final. Todo había terminado entre ellos. Para siempre. Diana le había aleccionado para que no fuese patética. ¿No era demasiado tarde para eso? ¿No era así como ya la veían todos? Si Diana Hamilton pudiera verla ahora, en aquella ceremonia de sacerdotisa druida, reclinada sobre su caja de sueños y vestida con aquel traje que nunca más se pondría, el cuadro que vería no haría más que confirmar sus palabras. Patética. Quemando su caja de sueños, reviviendo aquellas fatales palabras y preguntándose una vez más qué habría pasado si nunca hubieran llegado a salir de su boca.

 

—No pienso ir a esa fiesta —dijo con voz firme y segura por vez primera—. Nunca. Ni aunque me lleven a rastras. Me trae sin cuidado lo que piensen los Hamilton. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario