miércoles, 24 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 27

Su trabajo había culminado con veintitrés detenciones en cuatro países diferentes. Mala gente, sí, pero también personas que él había llegado a conocer en el día a día: hijos, esposos, padres. Su padre sabía probablemente la verdad mejor que nadie: Pedro Alfonso tenía un corazón tan negro como el cielo en las noches de verano en Sugar Maple Grove.


A la mañana siguiente, muy temprano, Pedro estaba trabajando en el jardín de su padre, tratando de solventar el abandono en que se hallaban los rosales de su madre. Nadie tenía por qué saber que ésa era su forma de honrarla: restituirle algo que ella había amado y que ahora parecía mustio y olvidado. Quizá, con un poco de suerte y bastante trabajo el jardín podría estar listo para el certamen de la temporada siguiente. Se acababa de hacer una pequeña herida con la espina de un rosal cuando oyó un ligero ruido a su espalda. Se giró y vio un sombrero rojo a través del seto. Sonrió para sí. Le estaban observando.

 

—Deberías venir a verlo —dijo Sara en alemán—. Se ha quitado la camisa.


Pedro, en efecto, se había quitado la camisa, a pesar de que la mañana estaba algo fría, porque se le enganchaban en ella las espinas de los rosales y se la hacían jirones.


 —¡Abuela!


Escuchó la voz de Paula reconviniendo a su abuela, pero vió con el rabillo del ojo cómo no pudo aguantar la curiosidad y se acercó también al seto junto a ella. Pedro tensó la musculatura del pecho para impresionarlas, conteniendo la sonrisa ante los suspiros de admiración de Sara y aparentando no haberse dado cuenta de que estaban allí.

 

—Está sangrando —murmuró Sara, aún en alemán—. Deberías llevarle una tirita.


 —Déjalo ya, abuela —dijo Paula.


 —Ve allí, pánfila —susurró su abuela.

 

—No.

 

—¡Bah! No tienes ni idea de cómo llevar un romance.

 

—Sí lo sé. Estuve casi casada.

 

—¡Bah! Sentirte halagada porque alguien se haya fijado en ti no es lo mismo que tener un romance.


Recogió su camisa, se limpió el sudor con ella, se acercó al seto y miró a través de él como si se sorprendiese de verlas allí en ese instante. 


—Buenos días, señoritas, una bonita mañana, ¿Verdad?


 —Hola, Pedro —dijo Paula, apareciendo por el pequeño hueco del seto por el que se había escapado la otra noche.

 

Iba vestida como para ir a trabajar a una biblioteca. Aunque, el Instituto de Historia, pensó él, con sus voluminosos tomos llenos de polvo, ofrecería un aspecto parecido. Tenía su maravilloso pelo castaño rojizo recogido y llevaba puesta una camisa blanca de raya diplomática, una falda recta de color azul marino y unos zapatos planos. Con las gafas puestas, conservaba aún reminiscencias de aquella chica del certamen nacional de redacción que había sido una vez. Sólo que tenía ahora un toque especial. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario