viernes, 26 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 32

Excepto Pedro. Él siempre se había fijado en ella. Pero de una forma un tanto informal, medio en broma, sin tomarla nunca en serio, sin verla verdaderamente como una mujer. ¿Y ella a Pedro Alfonso? Ella también se había fijado siempre en él. Pero a diferencia suya, ella sí que se lo había tomado en serio. Pedro había sido siempre un hombre muy sensual. Y no sólo por ser atractivo. Tampoco por la seguridad que emanaba de él y que irradiaba esa esencia masculina misteriosa que dejaba sin aliento a las mujeres con la misma facilidad con que las abejas dejan sin néctar a las flores. No, él había tenido una manera de mirar a la gente que les hacía creer como si él pudiera enseñarles el secreto para sentirse intensamente vivos. En el instituto había salido con las chicas más descaradas. Paula recordaba eso con cierta amargura. Había visto un continuo desfile de ellas en el asiento trasero de su moto. Chicas sofisticadas y coquetas, que sabían cómo maquillarse y vestirse para volver locos a los chicos. Recordó que había tratado de decirle una vez que él era demasiado inteligente para eso, que debía buscar a una chica con la que pudiera hablar, que estuviera a su altura. Como ella. Recordó que él se había puesto muy digno, se había reído de su consejo y le había dicho: «Para hablar no necesito a otra chica, ya te tengo a tí». Él probablemente aún pensaba que ella seguía siendo la misma chica ingenua y tímida de antes, y la verdad era que ella no estaba haciendo nada para demostrarle lo contrario. Tenía que cambiar. No estaba dispuesta a darle la satisfacción de que pensara que tenía razón. Se apoyó en el mostrador con las dos manos. Comprendió que estaba adoptando modales más propios de una señora mayor. Ya era hora de que apareciese la nueva Paula, una mujer que no se dejaba intimidar por hombres como él.


 —Querido —dijo ella, inclinándose un poco hacia delante—, no sabes lo feliz que me hace el verte, pero tengo que volver a mi trabajo. Tengo muchas cosas que hacer. Créeme, estoy agobiada.


¡De entre tantas expresiones cariñosas como había, tenía que haber elegido ésa! ¡Querido! No tenía remedio. Era una antigua que sólo se le ocurrían expresiones pasadas de moda.  Pero para ella esa palabra estaba cargada de emoción. Podría ser con la que se despidiese de él por la noche y le saludase por la mañana, la que tomara cuerpo en su mente cada vez que él la mirase a los ojos o estuviese lejos de ella…


 —Vete —le dijo ella con firmeza, al ver que él no parecía querer moverse de allí.

 

Un nuevo suspiro ahogado de Carla. Paula se volvió y le dirigió una mirada con ánimo de fulminarla, pero Carla ni se inmutó. Entonces, se inclinó hacia él un poco más.

 

—Te lo recompensaré luego —añadió ella, guiñándole un ojo como si fuera una de aquellas chicas descaradas que acostumbraban a adornar en otro tiempo el asiento trasero de su moto.

 

Él esbozó una sonrisa, que ella no fue capaz de interpretar.

 

—¿Qué te parece si te echo una mano en tu trabajo y luego nos vamos a comer juntos? —le dijo él—. O podemos ir también a algún sitio tranquilo donde puedas recompensarme. Como prefieras.

 

Paula comprendió que no tenía elección. Tomó el ramo de guisantes de olor, subió el mostrador abatible que separaba el hall de recepción de las oficinas y le dejó pasar.

 

—Por ahí —dijo escuetamente, señalándole un pasillo.

 

Pedro entró en su despacho. Ella pasó detrás de él y cerró luego la puerta de golpe y se apoyó en ella tratando de poner en orden sus ideas. No había sitio para ambos en aquel lugar. 

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