miércoles, 17 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 11

¿Cómo se las había arreglado antes para atravesar la cerca sin haber sufrido el menor percance? Ahora, en cambio, tenía la impresión de que con cualquier movimiento que hiciese se le enredaría más el vestido entre el ramaje. Un caballero habría adivinado ya que tenía delante a una mujer en apuros. Pero Pedro, la oveja negra de la familia, no era un caballero. Resultaba evidente con sólo mirarle. Estaba disfrutando con la escena.


 —¿Podrías echarme una mano? —se atrevió al fin a decirle.

 

Él se acercó a ella. Por segunda vez en esa noche, se embriagó de su perfume masculino, cálido y seductor, y sintió su respiración muy cerca, notando casi en la nuca el roce de los lóbulos de sus orejas.  Se le puso en seguida la carne de gallina. Él se dio cuenta de ello, naturalmente.

 

—¿Tienes frío, Paula?


 —Estoy congelada —masculló ella.


Eso le sirvió de excusa para estremecerse al sentir la mano cálida de él sobre su hombro. Él se rió suavemente, sin ánimo de burla, pero muy consciente de su poder de seducción con las mujeres. Y ella sintió unos celos absurdos adivinando que ésa no era la primera vez que él manejaba las intrincadas hechuras de la ropa femenina. Sus dedos se desenvolvían por su vestido con tanta delicadeza como si estuvieran acariciando a un pajarillo herido o asustado.


 —Aquí está —dijo él.

 

Ella sintió su aliento alejándose de su cuello al tiempo que percibía su mano deslizándose en la oscuridad alrededor de su talle.  Hizo con la muñeca un movimiento rápido y le soltó el vestido. Una vez libre, ella se dirigió a su casa sin darle las gracias ni volver la vista atrás. Pero escuchó a su espalda su voz burlona.

 

—A propósito, Dulce Pauli, no puedes casarte con la noche. Prometiste esperarme.


Sí, así había sido. Al poco de haberse marchado él de la ciudad, le había escrito por la noche una de esas cartas, con la emoción, angustia y dramatismo propias de una adolescente, donde le prometía amarle para siempre. ¿Lo había cumplido? ¿Había arrojado por la ventana un futuro estable sólo por aquella fantasía?

 

—Pedro Alfonso—replicó ella, dando gracias a la distancia y a la oscuridad de la noche que la protegían de su mirada—, no me avergüences recordándome cuando tenía quince años.


 —Yo amaba a aquella chica de quince años.

 

Una noche oscura, llena de estrellas, un fuego crepitando en una hoguera, ella con un vestido de novia, y Pedro Alfonso amándola. No debía engañarse a sí misma. Ni debía confundir con la realidad aquello que él con tanta indiferencia llamaba amor.

 

—No es verdad —le dijo ella muy seria—. Te parecía cargante, desagradable y una pesada.

 

La carcajada de él casi le hizo volverse desde el otro lado de la cerca en que se hallaba, pero no, siguió su camino, su huida. No tenía intención de rendirse una vez más a su encanto. ¡Ya era hora de superarlo! Quizá, ahora que Pedro había vuelto finalmente a casa, fuese la ocasión. Quizá una persona tenía que cerrar del todo las puertas del pasado para poder albergar una esperanza en el futuro. Quizá ésa era la razón por la que las cosas no habían funcionado entre Franco y ella.  Desoyendo la llamada de su risa, Paula se escabulló dentro de su propio jardín y entró en su casa, cerrando de golpe la puerta tras de sí.

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