lunes, 8 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 63

 –Paula –dijo Pedro en voz baja, y ella quiso ir corriendo a sus brazos.


–Pedro, ¿Qué problema hay? –dirigió la mirada al otro lado de la oficina y vió a su hermano sentado al lado de Federico.


Su padre se adelantó.


–Alfonso, más vale que tengas un buen motivo para hacerme venir aquí a estas horas.


Federico se puso en pie y dió un paso adelante.


–Fui yo quien pidió a Pedro que te llamara.


Entonces fue cuando Chaves vió que había otra persona sentada.


–¿Gonzalo? –dijo Miguel, y fue hacia su hijo. No le llevó mucho tiempo descubrir las esposas–. ¿Qué significa esto? –miró con rabia a Federico–. Sheriff, más vale que empiece a darme respuestas. 


–Parece que tu hijo, Gonzalo, es el que ha hecho los destrozos en la obra – dijo Federico.


A Chaves se le puso la cara roja de ira.


–Eso es imposible. Tiene que haber otra explicación.


–Le hemos pillado aquí dentro de una casa esta noche alrededor de las cuatro. Estaba con un spray de pintura en la mano y ha hecho pintadas en varias paredes.


La ira de Chaves parecía desaparecer para empezar a ponerse pálido.


–Pedro y yo no éramos los únicos presentes –continuó Federico–. Los dos guardias de seguridad, Gerardo y Adrián, también estaban aquí cuando atrapamos a Gonzalo. Adrián incluso identificó el pasamontañas como el mismo que había visto antes. Han dado parte por escrito de lo sucedido esta noche.


Paula se estremecía con la aclaración del caso. Miraba sin poder hacer nada cuando se acercó su padre al hosco muchacho.


–¿Por qué, hijo? –preguntó el padre–. ¿Por qué has hecho esto?


Gonzalo parpadeaba, poniendo cara de incredulidad.


–Papá, tenemos que devolver a los Alfonso lo que nos hicieron –el adolescente miraba ilusionado a su padre. Paula sabía con qué ganas su hermano quería agradar a su padre–. ¿No era eso lo que querías? –preguntó Gonzalo–. Pues, han tenido lo suyo, ¿No crees?


Paula de repente se mareó. Se sentó sin fuerzas en la silla de la mesa. Pedro fue a su lado.


–¿Estás bien?


Ella no podía mirarlo. No quería ver la indignación en sus ojos. Otro Chaves más había intentado acabar con él. 


–Creo que nunca podré estar bien –dijo ella con los ojos inundados de lágrimas–. Perdóname, Pedro.


Se apresuró a salir entre sollozos, para ver si el aire fresco de la mañana hacía que se le pasara el mal cuerpo. Se puso la mano en la tripa, contenta de no haber comido nada. No estaba segura de si las náuseas eran por el embarazo o por el shock de los actos delictivos de su hermano. Pedro fue enseguida tras ella.


–Paula, no. No te culpes a tí misma. Tú no tienes nada que ver con esto.


–Como si no tuviera importancia. El odio de mi padre se ha convertido en una venganza personal. Y mi hermano pequeño se ha contagiado de ello –no se atrevía a mirar a Pedro–. ¿Te has dado cuenta de la mirada que tiene? Está convencido de que lo que ha hecho está bien –le caían las lágrimas–. ¿Cómo no me dí cuenta de que esto iba a acabar así? 

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