lunes, 22 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 22

A Paula se le quedó grabada en su mente aquella frase. «A menos que tú quieras». Quería que aquello volviese a repetirse.  Sus labios sentían aún el cosquilleo del beso. Se sentía como una princesa que hubiera estado durmiendo mucho tiempo y el contacto de aquellos labios le hubiera devuelto plenamente a la vida. Una parte de ella había esperado, deseado ardientemente lo que acababa de suceder desde que era una escuálida adolescente con el pecho liso, gafas y un aparato de ortodoncia. Sus labios habían probado el sabor de la pasión y las promesas, y de mundos en los que nunca había estado, que ni siquiera sabía que existieran. Lugares que, ahora que sabía de su existencia, anhelaba desesperadamente visitar. Recordó avergonzada su representación ritual de la noche anterior para liberarse de todas sus ideas románticas e insensatas. Pero no quería que Pedro Alfonso pensase que seguía siendo la ilusa quinceañera que una vez había sido. No quería que pensara que por un roce de labios ocasional estaba ya predispuesta a hacer las maletas para viajar a cualquier territorio desconocido. ¡No! Estaba recuperando el control de sus actos. Si él pensaba que ella era débil y patética y seguía necesitando su fortaleza y arrogancia de costumbre para defenderla de los demás, estaba muy equivocado. Pero Pedro estaba mirando a su abuela, y no parecía pensar en eso.

 

—Es una mala cosa perder la reputación en una ciudad pequeña como ésta —dijo él.


 —Sí —replicó la abuela, encantada de que hubiera entendido tan bien sus palabras.


 —Si Paula tuviera un romance sonado, toda la ciudad se olvidaría de su relación con él —dijo Pedro.


 —¡Sí! —exclamó de nuevo Sara, entusiasmada por su astucia. 


—Está bien, me prestaré a ello —dijo Pedro, con indiferencia, como si hubiera accedido a hacer su buena acción del día.

 

—¿Prestarte a qué? —preguntó Paula.

 

—A cortejarte.

 

—No, no harás tal cosa.


 —Eso convencerá a Franco y a toda la ciudad de que has superado tu ruptura con él —dijo Pedro con una exasperante confianza, como si ya lo tuviera decidido.


 —Sería una farsa —dijo Paula.

 

—Podría ser divertido —alegó Pedro.


 —Lo dudo.


 —¿De qué tienes miedo? —dijo él, con gesto desafiante.

 

Ella comprendió que la única manera que tenía de demostrarle que no le asustaba lo que acababa de suceder entre ellos era aceptar el juego.  Por otra parte, era realmente horrible llevar la etiqueta de patética en una ciudad pequeña.

 

—Bien, Pedro —dijo ella muy serena—, tal vez podríamos mantener un falso romance, con ciertas limitaciones, desde luego.

 

—Déjame adivinar —dijo él, con ironía—. ¿Te encargarás tú de establecer esas limitaciones?

 

—¿Cuánto tiempo vas a estar aquí, Pedro? —le preguntó ella, muy formal. 

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