miércoles, 10 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 66

 –Ah, qué bien, Pedro, estás aquí. Me he acercado a la obra, pero Francisco me ha dicho que te habías ido.


–¿Pasa algo, mamá? –dijo Pedro, un poco preocupado.


La preocupación se podía ver en los ojos de Ana.


–Fede habló conmigo y me dijo que Gonzalo Chaves estaba detrás de los actos de vandalismo. Pobre Paula. ¿Has hablado con ella?


–No, pero se siente culpable por lo de Gonzalo. Cree que si hubiera estado ahí para apoyarle todo el tiempo, él no se habría metido en este lío ahora.


–Eso es una tontería. Si aquí hay algún culpable ése es Miguel. Ha dado mal ejemplo a su hijo. Ese chico necesita otro hombre que le sepa llevar.


–Pedro va a tener oportunidad de dirigir al chico –saltó Federico–. Piensa darle trabajo.


Ana abrió mucho los ojos, sorprendida.


–Oh, hijo, eso es estupendo.


–Tranquila, no te excites, tengo que hablar con Miguel de eso –y eso no era todo lo que tenía que hablar con Chaves.


–Saldrá bien –su madre le echó a Pedro una sincera sonrisa–. De esa manera Paula y tú tendrán oportunidad de arreglar las cosas. Está claro que todos los matrimonios tienen problemas alguna vez y aprender a…


–¿Cómo has sabido que Paula y yo estamos casados? –dijo Pedro mirando a su hermano.


–Yo no he dicho nada –dijo Federico levantando las manos.


Vanina se volvió a Pedro.


–Paula me lo dijo ayer por la mañana. Y se lo he dicho a tu madre porque quería que me diera algún consejo.


Pedro se desesperaba.


–Ya que lo sabe todo el mundo, ¿Por qué no me ayuda alguien a salir de esto y me sugiere hacer algo?


Su madre se acercó a él.


–Ve con Paula y dile lo que sientes sinceramente.


Pedro quería decirle un montón de cosas a Paula. Pero siempre aparecía el mismo problema entre los dos. Miguel Chaves. Ya era hora de ocuparse de eso. Con ánimos renovados, echó a andar hacia la puerta.


–¿Vas a ver a Paula? –preguntó su madre.


–Primero tengo que ver a un hombre por un asunto de enemistad familiar. 


Pedro condujo su coche por el camino particular que llevaba a la extensa casa de dos plantas, arriba en un cerro. Sólo había estado allí una vez antes. Hacía años. En aquel entonces fue con miedo, y ahora no estaba precisamente calmado, pero tenía mucho que perder para darse la vuelta en ese momento. Su futuro estaba otra vez en manos de Miguel Chaves. Entró por la puerta de hierro forjado, giró en una rotonda y estacionó. Antes de que se arrepintiera, salió del coche, subió por el camino de piedra hasta el porche y llamó al timbre. Alejandra abrió la puerta y se quedó sorprendida.


–Buenos días, señora Chaves –dijo él–. Me gustaría hablar con el señor Chaves.


No parecía que la petición agradara a la mujer.


–No creo que sea muy buena idea, Pedro. Todos estamos en tensión con esta horrible experiencia.


–No pretendo echar más leña al fuego, pero su marido y yo tenemos que aclarar algunas cosas.


Al final, Alejandra se echó a un lado y lo dejó pasar. La entrada era de mármol, pasaron al lado de una escalera de caracol con balaustrada de roble. Pedro se quedó impresionado con las obras de arte que colgaban de las paredes. Chaves tenía buen gusto.

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