viernes, 19 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 20

La expresión que vió en su cara pareció confirmárselo. No sólo había estado a punto de casarse con él, sino que parecía lamentar no haberlo hecho. La ceremonia del fuego que él había interrumpido la otra noche comenzaba a cobrar sentido.  Eso era lo que pasaba cuando uno dejaba que una encantadora chica inocente se las arreglase sola en aquel mundo: antes o después aparecería algún gusano dispuesto a aprovecharse de ella.

 

—Mmm… —dijo Paula, tratando de eludir la invitación—. No he mirado aún el calendario. ¿Qué día era?


Pedro sufrió viendo su indecisión y sus temores. El pequeño gusano parecía en cambio disfrutar de la situación. Miró a Paula y le vino a la memoria una escena del pasado en que él la había encontrado en ese mismo porche, sola, escuchando la música que venía del instituto.

 

—¿Qué te ocurre? —le había dicho.

 

—Nada.

 

—Vamos, Dulce Pauli, no puedes mentirme. ¿Cómo no estás en el baile del instituto?

 

—Es el baile de fin de curso —respondió ella con un mohín en los labios pero con la barbilla en alto—. No me invitó a ir nadie.

 

¿Qué podía saber de lágrimas un chico de diecinueve años? Un chico como es debido, habría deshecho todos sus planes, se habría cambiado de ropa y la habría llevado a la fiesta. Pero él no lo había hecho, se había limitado a darle un pellizco cariñoso en la barbilla, a decirle lo estúpidas que eran aquellas fiestas y se había ido a hacer su vida. Le vino a la memoria entonces aquellas cartas tan tiernas que ella le había enviado cuando estaba sirviendo en el ejército en el extranjero. Ella, la única chica de su club de fans. Los sobres siempre decorados con pegatinas y tinta de diversos colores y aquellas frases tan espontáneas y divertidas que tantas veces había leído. Pero no había respondido a ninguna. Ni una sola vez. Ella seguramente habría estado esperando impaciente sus cartas en el buzón de su casa. Sintió que le debía algo. Una pizca de decencia y de compasión en un mundo cruel. Su vida en clandestinidad le había enseñado a valorar las situaciones, y Paula sin duda se enfrentaba ahora a una situación difícil para ella.


 —Creo que Paula va a tener que decirle que no —dijo Pedro muy sereno—. Voy a estar muy poco tiempo en la ciudad y queremos estar juntos el mayor tiempo posible, ¿Verdad, cariño? 


Se volvió hacia ella para mirarla. Pero ella no sabía fingir. Si aquel tipo se hubiera fijado en el temblor de sus labios, habría descubierto la verdad de aquella farsa. Pero Pedro no quería que él supiera la verdad: que ella aún amaba a Franco Hamilton. O creía que lo amaba. Había una forma de que los dos descubrieran la verdad. Acercó sus labios a los suyos y deslizó suavemente la lengua por su carnoso labio inferior. Por el placer que sintió con aquel beso, pensó que aquello debía de ser un pecado. Aunque, de cualquier modo, estaba seguro de que ya tenía reservado un lugar en el infierno. 

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