miércoles, 17 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 14

 —Creo que voy a llamar a la policía —dijo su padre, mirándole desde la puerta de la habitación—. El allanamiento de morada es un delito.


Pedro se dió la vuelta esbozando una mueca de disgusto al recibir en los ojos la luz que entraba por la puerta de la habitación. Miró a su padre y luego al reloj. Por lo que le había contado su hermana, se había imaginado a su padre con un aspecto más viejo y gastado. Sin embargo, el doctor Alfonso estaba muy elegante, llevaba unos pantalones negros, una inmaculada camisa blanca y un chaleco de vestir.


 —No es ningún delito entrar en una casa con la llave —replicó Pedro—. ¿Qué tal, papá?

 

Era casi mediodía. Pedro había estado durmiendo durante doce horas seguidas.

 

—Vaya, ya veo que entiendes mucho de asuntos criminales. Si hubiera llamado a la policía, seguro que les habrías enseñado tu placa enseguida, ¿Verdad? Y quizá habrías hecho que me arrestaran. Para despacharme a un centro de mayores. Es por eso por lo que has venido, ¿No?

 

Parecía que su encuentro iba ser una continua confrontación. Al menos, si él se prestaba a ello. Pero no estaba dispuesto a consentirlo.

 

—¿Cómo estás, papá?

 

—Te ha enviado tu hermana, ¿Verdad?


 A Pedro le agradó la agilidad mental de su padre.

 

—¿Podría tomar una taza de café?

 

—Háztela tú mismo —dijo su padre con un gruñido—. Yo me voy a tomar un café con las vecinas.

 

—¿Con Paula? —preguntó Pedro, intrigado.


Pero su padre no le respondió. Se limitó a dirigirle una mirada recelosa para dejarle claro que no se le ocurriera ir a tomar el café con las vecinas y salió del dormitorio dando un portazo. La cosa no tenía tan mala pinta. Su padre no le había ordenado que se marchase de casa. Quizá quedaba aún algo entre ellos que podía salvarse. Se levantó de la cama, se estiró con energía, sintiéndose muy descansado tras su sueño reparador.  En cuatro años de dura clandestinidad, suplantando otra identidad, un hombre acaba perdiendo algo de sí mismo. Casi nunca podía dormir, con un ojo abierto y siempre alerta, ganándose la confianza de gente a la que luego tendría que traicionar. Bueno, no él, sino el personaje que él interpretaba: Bruno Lancaster. Pero su verdadera personalidad y la que fingía ser habían empezado a confundirse de una forma que él nunca habría imaginado, hasta el punto de costarle separar una personalidad de la otra. Ahora, después de haber dormido bien, se reconoció a sí mismo más de lo que había hecho en mucho tiempo. ¿O era porque había visto una imagen de cómo él solía ser, reflejada en los enormes ojos avellana de Paula? Resultaba una ironía que el lugar del que había escapado de joven pudiera ahora devolverle algo después de tantos años. Se duchó y se vistió. Luego, bajó las escaleras sintiéndose culpable por estar buscando indicios de la negligencia doméstica de su padre. Todo parecía necesitar alguna reparación, pero el doctor Alfonso nunca había prestado interés en las cosas de la casa, y más de una vez le había visto con cara de estupefacción al verle a él con algo tan elemental como un martillo.

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