lunes, 1 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 49

La mirada nerviosa de Paula se encontró con la de Pedro.


–Pedro, no podemos decirle que estamos casados. Por lo menos de momento. Él no se encuentra bien.


Eso no era lo que él quería escuchar.


–Entonces, ¿Me estás diciendo que todo ha sido… un error?


Paula bajó de la cama arrastrando consigo la sábana.


–No, no he dicho eso. Pero ahora mismo hay mucho en juego. Tenemos el proyecto, y mi padre simplemente no está preparado para asimilar esto –le puso la mano en el pecho–. Por favor, Pedro. Vamos a mantener esto entre tú y yo por una temporada. Sólo hasta que la enfermedad de mi padre se estabilice.


No tenía elección.


–Sólo hasta que esté más estable –repitió él, y se inclinó para besarla en la boca. Incluso en ese momento a Pedro se le despertaba el deseo por ella.


Paula se retiró.


–Pedro, tenemos que tomar un vuelo anterior. Le he dicho a mi padre que estaría en casa tan pronto como fuera posible. Llamaré a la compañía aérea mientras te duchas –le dio un beso rápido y se apresuró a salir del dormitorio.


Pedro se quedó mirando cómo se iba.


–Me parece que la luna de miel se ha acabado. 


Esa noche Paula se sentaba a la mesa en casa de sus padres, estaba dando vueltas a la comida en el plato. En lo que menos pensaba era en comer. A ella le apetecía estar con su marido. Pedro la había dejado en el departamento de ella después de volver de Tucson. En el avión prácticamente no habían hablado. Estaba decepcionada porque Pedro no le había pedido verla más tarde. Por supuesto, no podía culparle por ello. Estaban casados, pero nadie lo podía saber… de momento.


–No te has comido el pollo, mi vida –dijo su madre–. ¿Te encuentras bien?


Paula siempre se quedaba admirada con Alejandra Chaves. Rubia y atractiva, había cumplido cincuenta y dos años el pasado enero. Ella nunca había escuchado a la mujer decir una palabra malsonante a su marido. Y nunca se había enfrentado a él.


–Estoy bien, mamá.


–Sin duda alguna no estás bien cuando te vas sin avisar y pasas el fin de semana con un Alfonso –dijo su padre–. No quiero que veas más a Pedro.


A Paula se le subió el genio.


–Papá, trabajo con él. Además, soy lo bastante mayor como para decidir a quién veo.


Su padre la miró airadamente. 


–Así que no te importa que yo sea el hazmerreír cuando todo el mundo sepa que mi hija hizo una escapadita a Las Vegas con el tipo de persona que es Pedro Alfonso. No es más que un mujeriego.


A Paula le salieron los colores. Eso era verdad. Pedro se había visto con un montón de mujeres.


–¿Cómo lo va a saber la gente si tú no se lo dices?


Su hermano dejó caer el tenedor en el plato.


–¿Cómo puedes soportar estar con ese cretino? –por la mirada de Gonzalo se podía decir que su enfado era evidente–. Así que se supone que te has pasado al lado de ellos.


–Gonzalo, aquí no hay lados –Paula miró a su padre–. Pedro no tiene nada que ver con lo que pasó hace sesenta años –se levantó–. Me tengo que ir.


Menos mal que ninguno intentó pararla mientras salía como un torbellino de la casa. Se habían pasado con ella, pero antes de que llegara al coche oyó que su madre la llamaba.


–Paula, no te vayas así. Tu padre no se tiene que disgustar.


Ella suspiró.


–Mamá, estoy harta de esto. Quiero ayudar a papá, pero el odio que tiene a los Alfonso tampoco es bueno para él –Dios santo, ¿Qué iba a pasar cuando se enterara de que Pedro se había convertido en su yerno?


–Tenemos que ayudarle, Paula. 

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