viernes, 26 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 31

 —Pero si tú no hablas francés —le dijo ella, como recriminándole.

 

—En realidad, sí.

 

—No lo sabía.

 

—Hay muchas cosas de mí que desconoces.

 

Y era verdad. Su vecino había sido siempre precavido. En ningún momento de su pasión por él había habido la más remota posibilidad de que su amor pudiera ser correspondido. Pero ahora, todo parecía diferente.

 

—¿Qué dijiste en francés?


 —Sólo que ví estas flores y me acordé de tí.

 

—¡Oh!


Paula tuvo que contener el impulso de llevar la mano hacia su mejilla para tocar con los dedos el sitio donde él había puesto sus labios.


 —¿Quieres ir a comer conmigo?

 

—¡No! —respondió ella con voz ahogada.


Él arqueó una ceja con gesto burlón, pareciendo gozar de su nerviosismo.


 —Claro que quieres, estás deseando estar conmigo.

 

Por desgracia, era cierto. 


—No es aún la hora.

 

—Eso no sería ningún inconveniente para dos personas que estuvieran enamoradas.


Su mirada cobró un brillo especial, mientras en sus labios se dibujó una sonrisa llena de sensualidad. Esos mismos labios que ella había sentido hacía unos segundos en su mejilla y el día anterior en su boca, y que anhelaba probar de nuevo, con el deseo de una mujer desesperada, dispuesta a todo. Toda su vida había girado en torno a él. Toda ella. Ya era hora de vivir su propia vida.

 

—Aunque fuera la hora, no podría. Estoy demasiado ocupada.


Escuchó un suspiro ahogado de Carla y recordó entonces que tenían un testigo presencial y que eso era realmente de lo que se trataba, de difundir la idea de que tenía un romance.

 

—¿Qué es eso tan importante que te tiene tan ocupada, Dulce Pauli? —preguntó él, tiernamente, al tiempo que deslizaba los dedos por el mostrador hasta tocar su mano y se ponía a tamborilear con ellos sobre sus nudillos.


A Paula se le puso la carne de gallina. Creyó escuchar un nuevo suspiro de Carla que parecía indicar que algo muy sensual y seductor estaba viciando el aire de aquella oficina dedicada al mundo de la historia.


 —Acabamos de recibir una caja con documentos muy interesantes —respondió Sophie casi tartamudeando, retirando la mano del mostrador.


Pedro sonrió ante su gesto, con esa sonrisa del hombre que se siente seguro de sí mismo ante una mujer. Y pensó que quizá Carla tenía razón. Los hombres como él no se sentían atraídos por chicas como ella. Siempre había estado fuera de lugar. La niña inteligente, la enciclopedia ambulante, la apasionada por la historia, la muchacha tímida e insegura que había logrado sin embargo vencer una vez sus complejos durante diez minutos para pronunciar un bonito discurso, pero que por lo demás nunca había llegado a madurar lo suficiente.  La gente no entendía qué problemas podía haber visto Paula en Franco. Ningún hombre se había fijado antes en ella, y no parecía probable que volviera a hacerlo otro. 

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