miércoles, 10 de marzo de 2021

Enemigos: Capítulo 68

Pedro se dió la vuelta.


–Es esa manera de pensar la que ha metido a tu hijo en problemas. Paula te quiere, Miguel, pero también me quiere a mí. ¿Vas a obligarla a escoger? Si lo haces, con el tiempo te acabará odiando. Harás que se vaya de la ciudad otra vez.


–No eres más que el chico del que se encaprichó en el instituto. Conseguirá superarlo… Otra vez.


Pedro se puso tenso.


–El peor error que he cometido fue dejarla. Sé que la hice daño, y siempre estaré arrepentido. Corrían malos tiempos para mí y mi familia –la muerte de su padre lo había golpeado fuerte. Y aún más fuerte había sido golpeado su orgullo cuando lo perdieron todo–. Quiero a tu hija, y voy a hacer todo lo posible para hacerla feliz.


–Pues no has hecho mucho que se diga hasta ahora.


–Pues ayúdame un poco tú. Mi propuesta está en la mesa. Ahora depende de tí. ¿Estás dispuesto a poner fin a esa absurda rencilla familiar?


Paula acababa de bajar las escaleras cuando oyó la voz de su padre. Se acercó más y reconoció la voz de Pedro. Empezó a temblar. Había ido por ella. Se le hizo un nudo en el pecho que no la dejaba respirar bien. Deseaba ir con él, recordaba cuando le había dejado allí en la obra y él le había dicho a voces que la quería. ¿Cómo podía Pedro decirlo en serio después de lo que había hecho Gonzalo? ¿Cómo podía querer a alguien de una familia que intentaba hundirle?


–Si quieres a Paula, Alfonso, demuéstralo, déjala en paz.


–Así que vas a seguir agitando la bandera de la responsabilidad familiar y quizá un poco también la de tu enfermedad.


–Eso para que te des cuenta. Paula es una hija fiel –dijo su padre–. Nunca me dejará mientras esté enfermo.


Paula no podía aguantar más. Sabía que su padre era un manipulador, pero eso ya era demasiado. Entró en la sala.


–No tan fiel como tú crees, papá.


Su padre parecía sorprendido.


–Paula. Deberías estar descansando.


–He dormido más que suficiente –se volvió a Pedro. 


Parecía cansado también. Paula pensó que quizá todavía no se había acostado. Fue hasta él. Sin apartar la vista de su marido, dijo:


–Papá, necesito hablar con Pedro –estaba temblando cuando tomó la mano de su marido. 


Ella no dijo ni una palabra hasta que atravesaron el pasillo y salieron a un patio soleado. Paula respiró hondo para tratar de meter algo de oxígeno en sus necesitados pulmones.


–¿Dijiste en serio lo de esta mañana?


–Hasta la última palabra –dijo él mientras sonreía.


–Cómo puedes, después de lo que…


Pedro le puso un dedo en los labios para evitar que siguiera hablando.


–Tú no hiciste nada malo, Paula. Lo que siento por tí no depende de lo que haga tu familia.


Paula se echó en los brazos de Pedro. Puso los brazos alrededor de su cuello y tiró de su cabeza hacia abajo hasta besar su boca. Estaba acostumbrada a esos labios firmes y llenos de deseo. Enseguida Pedro tomó la iniciativa, profundizando el beso.


–Oh, Paula –exclamó, antes de seguir llenándola de besos por toda la cara– . Te quiero tanto –la boca de Pedro volvió a la de ella. Con ligeros quejidos ella lo abrazaba, sintiendo su calor y sus ganas de ella.


–Pedro. Yo también te quiero –estaban cabeza con cabeza–. Tengo muchas ganas de salir de aquí y no volver a mirar atrás.


–Aunque yo también desearía que lo hicieras, no podemos, Paula. Necesitas a tu familia como yo necesito a la mía.


Los ojos de Paula se inundaron de lágrimas. Con el bebé, ellos iban a ser también una familia.


–¿Qué vamos a hacer? Yo quiero ser tu mujer.


Pedro le echó esa sexy sonrisa que a ella le gustaba tanto.


–Oh, cariño, yo también lo quiero –se echó hacia atrás y dió un largo resoplido–. Pero no podemos dejar que tu padre siga intentando dirigir nuestras vidas.


Ella asintió con la cabeza.


–Fui a la obra esta mañana para verte. Necesitaba hablar contigo para decirte…

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