miércoles, 31 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 42

 —¡Yo! —replicó ella, a riesgo de confirmar su sambenito de chica aburrida.


—Sólo se vive una vez. El sabor a pétalo de rosa es uno de los favoritos en Oriente Medio. Creo que te gustaría.


 —¿Has comido un helado de pétalos de rosa?


 —Sí.


No era gran cosa, pero al menos había conseguido hacerle sacar a la luz esa parte de su vida que parecía llevar oculta en el fondo del corazón. A través de aquellos exóticos helados, él parecía comenzar a disfrutar también de los pequeños encantos de su ciudad natal.


 —Sorpréndeme —dijo Pedro—. No pidas un helado de vainilla. Pide algo distinto.

 

Ella se vió entonces en la obligación de pedir un helado de vainilla, por llevarle la contraria.

 

—No, a menos que tengan de pétalos de rosa —replicó ella.

 

Él se echó a reír. 


Una vez cada uno con su helado de cucurucho en la mano, dejaron sus bicicletas en el césped del bulevar y se fueron a dar un paseo por Main Street. Hacía una tarde apacible y los helados se derretían con más rapidez de la que ellos se daban para comérselo. Había algo en aquella experiencia, de caminar por Main Street tomando un helado mientras se ponía el sol de aquel caluroso día, que resultaba a la vez sencilla y profunda. Ella no recordaba haber pasado un momento igual en toda su vida. Veía cómo algunas mujeres que pasaban por su lado la miraban con envidia, mientras él parecía ajeno a las miradas de reojo y a las sonrisas provocadoras, como si el estar con ella fuera lo único que de verdad le importase. ¿Era realmente tan buen actor? No, él siempre había sido así cuando ella iba a su lado. Pedro se paró frente a una galería de arte que estaba cerrada ese día.

 

—¿Te gusta alguno? —le preguntó él mirando los cuadros expuestos en el escaparate mientras se comía la punta del cucurucho con lo que quedaba del helado.


Luego se pasó la lengua por la muñeca donde se le había caído un chorrete del helado. Fue un gesto que a ella le pareció tan sensual que poco le faltó para caerse desmayada. Una vez recuperada examinó los cuadros con más detenimiento.


 —Me gusta ése —dijo mirándole ahora ya más segura de sí misma sabiendo que no le quedaban más restos de helado en la muñeca—. El del viejo barco rojo anclado al final del muelle.

 

—¿Qué es lo que te gusta de él?

 

—Su idea de esa esperanza en algo que puede llegar —contestó ella tartamudeando—. Y de los largos días de verano que transcurren sin un plan. 

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