viernes, 12 de marzo de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 5

Se encaminó hacia la salida que le ofrecía la pequeña abertura que había en el seto. Pero se acordó entonces de la maldita caja con sus estúpidos recuerdos románticos. No podía marcharse, dejándola allí para que él la encontrase. Se dio la vuelta, tomó la caja y entonces… La catástrofe. Se pisó el bajo del vestido, tropezó y cayó al suelo de bruces. Se había dejado aquel vestido demasiado largo con la esperanza de parecer más alta y esbelta cuando tuviese que desfilar por el pasillo de la iglesia el día de su boda.  La caja se le escapó de las manos y todas las cosas que había dentro, papeles y fotos, salieron volando desperdigados por el aire.  Él se acercó solícito a ella. Puso la mano sobre su hombro desnudo y la ayudó a darse la vuelta. Ella sintió su mirada y el calor de su mano y se vió sumergida de pronto en una sensación de embriaguez como si se hubiera tomando una botella entera de champán.  Él la contempló desde arriba, con el ceño fruncido y una expresión que infundía miedo. ¿Era ese hombre realmente Pedro? Entonces, las duras facciones de su rostro se suavizaron levemente, mientras un gesto de interrogación se dibujó en sus cejas.

 

—¿Dulce Pauli?

 

Su rostro le cautivó. Un rostro que aún podría detener el sol, pero en el que advertía ahora una nueva dimensión: unos rasgos de acero y una mirada más fría. Había algo en su expresión que nunca había visto antes. Él retiró la mano de su hombro y se la pasó suavemente por la mejilla para quitarle una brizna de hierba. Resultaba difícil imaginar que aquellas manos tan fuertes pudieran resultar tan suaves. Tratando de evitar nuevas catástrofes, se incorporó sacudiéndose el polvo del vestido. El amor que sentía por él la volvía torpe. Cerró los ojos en un intento de olvidar la humillación del momento. Durante su adolescencia, después de que él se alistase en el ejército, se había imaginado más de un millón de veces cómo sería su regreso. El día que volviera a casa y la viese, no como una desgarbada chiquilla, sino como toda una mujer. Se había imaginado su voz ronca diciéndole sorprendido al verla: «Paula, qué guapa estás». Pero lo que le dijo fue muy diferente:

 

—¿Eres tú? ¿La Dulce Pauli?

 

Ella se permitió dirigirle una nueva mirada para embriagarse de su perfume, de su presencia y de su misterio. Pedro Alfonso había sido siempre un hombre muy atractivo. Y no porque fuera especialmente guapo, había muchos hombres terriblemente guapos. Ni porque tuviera una constitución atlética y musculosa, había también muchos hombres con un cuerpo envidiable. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario